Cuando llega el momento,
no hay arpas ni coros celestiales, tampoco existen los mares de lava donde
arden las almas de los impíos en tormento perpétuo: llegas a un valle oscuro y
silencioso cuyo suelo emana vapores de materia en descomposición, un viento
gélido arrastra nubes negras de ceniza que flotan en lo alto sumiendo al lugar
en una noche perpétua, miras hacia la lejanía y tu vista sólo alcanza a ver una
llanura desoladora apenas interrumpida en su lúgubre monotonía por arboles
resecos de ramas retorcidas, echas a caminar
y el frío se introduce en tu cuerpo carcomiendo tus huesos.
Nunca estás lo
suficientemente lúcido ni tampoco lo bastante aturdido como para que no puedas
cabilar y formularte preguntas para las que no tienes respuesta y todo tu
pensamiento se reduce a dos únicas premisas: ¿Estoy vivo o muento? ¿Y si estoy
vivo, cuando terminará este sueño? Al rato, percibes que tu noción del tiempo
ha cambiado, y piensas que puedes llevar horas allí perdido, días quizá, o años
y hasta siglos, y en tu deambular, encuentras seres que vagan desorientados y
sin rumbo, y al verles, piensas: yo no soy como esos vagabundos harapientos
¿Qué relación puedo tener yo en común con ellos? sus ropas están raidas y se
caen a jirones, llevan la muerte reflejada en sus caras, sus ojos se hunden en
sus cuencas, su piel es grís y traslúcida y sus cuerpos famélicos rezuman
podredumbre.
Más tarde, descubres que
eres uno más entre la multitud perdida que puebla estos parajes y que tu alma
emponzoñada es el cuerpo que se pudre sin llegar nunca a descomponerse por completo;
el vivo reflejo de aquello que fuiste en vida...
Esto es lo que os espera
en el otro lado, así que disfrutad del dinero robado mientras aun estais con
vida, regodeaos con el mal causado por vuestros engaños y disfrutad con el
dolor de vuestras víctimas por que todo el tiempo de vuestra vida, apenas
equivale a un microsegundo de estancia en la que será vuestra última morada.
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