Llevaba al servício de
este amo desde que tenía uso de razón, mis labores diarias eran la razón de mi
existencia. Cuando despertaba, mi deber era cerrar una por una todas las
ventanas, luego, debía preparar la mesa del desayuno adornándola con cirios,
rosas frescas y manteles dorados. Antes de que este acabara su festín, debía
dejar su habitación limpia y sus instrumentos relucientes, desde que falleció
su esposa, yo había sido su mano derecha. El amo me tuvo mucha estima durante
todos esos años. Hasta ahora, creía que todo iba bien, mi vida era sencilla y
eso era lo que quería, pero aquella noche, justo al terminar mis quehaceres,
una joven huérfana llamaba a la puerta de no retorno y cuando ví sus ojos
verdes, su piel rosada y sus cabello lacio y castaño revuelto, sus ropas
mugrientas y aroma a prado húmedo, me invadió un hondo sentimiento de compasión,
lo que me planteaba un serio dilema porque si la entregaba al amo, él la
encerraría en el cuarto de los instrumentos y se ejercitaría con ella hasta que
me tocara entrar para recoger sus restos, y si la escondía, entonces estaría
desobedeciendo a mi amo; algo que nunca había entrado en mis esquemas.
¿Qué hacer entonces?, yo
tuve su edad, y tal vez hasta su mismo miedo. El miedo acongoja, sientes como
tu corazón late a ritmo desesperado, todo da vueltas a tu alrededor las cosas
giran en tu cabeza provocando nauseas, el olor del miedo es un perfume
sofocante.
Pero...¿Qué quería de mí
esta joven y qué le podía ofrecer yo? Me pedía refugio porque no quería morir,
porque estaba huyendo de algo, o de alguien, así que la ayudé: la guié a través
de los pasillos hasta llegar al extremo sur de la mansión entonces el olor a pan recién horneado atrajo
su atención y tuve que tirar de ella para que no fuese descubierta por mi amo
que estaba cenando en el salón, la llevé hasta la zona más apartada de la casa
y llené una bandeja con comida robada de la despensa que devoró con voracidad
antes de caer rendida de sueño. Luego preparé la bañera del amo calentando el
agua a la temperatura adecuada y preparé cuidadosamente su cama.
Al día siguiente, me
levanté temprano, como cada día: caminé por el jardín y recogí algunas flores
frescas, coloqué una en la esquina de la mesa junto a mi cama y fuí a dejar el
resto en una jarra cilíndrica de vidrio con poca agua sobre la mesa del comedor
cuando de pronto me alertaron aquellos gritos provenientes de la zona más
apartada de la casa y mientras cruzaba los largos pasillos noté como los
efectos de mi maldita intuición aceleraban mi pulso. .“Te dije que no salieras
de la habitación, nadie debía notar su presencia...por dios: ¿Qué has hecho?”
No me respondía y sus ojos empezaban a tornarse llorosos. Supe que esto no
había sido su intención. La tomé del brazo, le quité el cuchillo de la mano y
la saqué por el portón trasero para que pudiera huir, pensé que el error había
sido mío y que yo debía pagar por él; mi amo había muerto y me esperaba un
destino de soledad e incertidumbre; los criados como yo, no podemos ceder ante
el sentimentalismo.
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