Día de difuntos



Como cada año por esas mismas fechas, ibamos al cementerio con la intención de cambiar las flores de nuestros difuntos. Llegamos a las cinco de la tarde y el cielo estaba cada vez  más nublado. A pesar de lo pequeño que era el cementerio, era imposible caminar por los corredores debido a la cantidad de gente que había venido para honrar a sus muertos, de modo que entre el público y la lluvia, que empezaba a caer, nos dirigimos allí, yo apoyé la palma de mi mano sobre la lápida de manera afectuosa y al tiempo que giraba la mirada, me encontré con una pequeña cruz en el suelo, sin nombre, sin flores, solitaria…siempre me había parecido misteriosa esa cruz ahí en medio de la nada. Me volví de nuevo hacia la lápida, me agaché, aparté las flores marchitas y comenzé a limpiar la lápida. Cada vez llovía más intensamente y empezaba a tronar, entonces, de repente, sentí un tirón de la chaqueta a la altura de la cintura, y al girarme ví a un niño, el cual se escabuyó corriendo entre los panteones tan pronto como me giré para verlo.
Esa misma noche, ya de vuelta, el silencio reinaba por toda la casa, únicamente se oían los truenos y la fuerte lluvia que caía, cuando de repente, un trueno me despertó y cuando me disponía a levantarme, estalló un relámpago y pude ver aquella sombra justo delante mío: era el niño del cementerio; pálido y con el pelo mojado…
A la mañana siguiente, y sin comentar nada a mi esposa, decidí contactar con una médium, la cual me explicó que quizás se tratrara de un espíritu errante que murió sin haber hallado la paz y que por tanto, estaría vagando por el mundo hasta que la encontrara, así que decidí visitar la iglesia para hablar con el párroco y saber si conocía el caso de algún niño que hubiera muerto de manera trágica. Éste, al ser joven no sabía nada al respecto, sin embargo, una señora muy mayor que mientras rezaba escuchó nuestra conversación, decidió acudir a nosotros: dijo que podía tratarse de un niño que murió a manos de su padre cuando se enteró de que era hijo ilegítimo, así que volví al cementerio y deposité unas flores junto a la pequeña cruz. Desde entonces todos los años, siempre que llevo flores a mi família, dejo tambien otro ramillete junto a la cruz. Nunca más ha vuelto el niño a molestarme...

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