Lava incandescente



Los bombardeos se habían prolongado de forma incesante y despiadada, ignoro el tiempo que duró aquella pesadilla, no se si fueron horas, días o semanas pues la ciudad de Dresde parecía un valle de lava incandescente, los aviones ocultaron el Sol a su llegada, las bombas no cesaban de caer; el fuego lo inundaba todo, derretía el cemento y el acero de las casas, trepaba hasta el cielo y se desplegaba a través de él creando una boveda roja bajo la cual no sabíamos si era de día o de noche, quienes bajaron a los refúgios murieron asfixiados, los que se quedaron fuera no corrieron mejor suerte; todos nos imaginamos el infierno como un mar de intensas llamaradas donde se retuercen los cuerpos de dolor pero pocos han contemplado ese espectáculo en vida, yo soy una de esas extrañas personas "afortunadas"
Me llamo Verónica, mis hermanos, Hansen de siete años, Cramer de ocho y la pequeña Cyntia, de cuatro, nuestros padres habían desaparecido y no sabíamos donde estaban, Cyntia era la más vulnerable de los cuatro y no cesaba de hacer preguntas para las que no tenía respuesta, Hansen y Cramer se hacían los duros, con eso de que eran los hombres de la casa y yo trataba de representar el papel que la obra me había asignado: hacía cuanto podía por no romper a llorar y mantener a salvo lo que quedaba de nuestra família. En el interior de la Iglesia reinaba el silencio, los pilares que sostenían el edifício eran sólidos y sus gruesas paredes nos aislaban del calor, afuera ardían las llamas aunque las explosiones habían cesado horas atrás. Yo rezaba porque los aviones no regresaran de nuevo con su zumbido infernal y el silbido de las bombas al caer.
Entonces, algo se movió en la parte superior de la escalinata que llevaba hasta la capilla superior, desde abajo, en la arcada principal donde estábamos se oyó como si una puerta se hubiera abierto con ese quejido que emiten las bisagras oxidadas Cyntia se abrazó a mí escondiendo sa cabeza en mi pecho, muerta de miedo.
Entonces ví que mis hermanos miraban hacia arriba con el rostro totalmente descompuesto, volví la vista en aquella dirección y pude ver tambien la figura que apareció en lo alto de la escalera: era, como un ser incandescente, no se distinguían sus rasgos, estaba como difuminado, se movía sin producir ningún ruido, tampoco descendía posandose sobre los escalones sino que parecía flotar sobre ellos.
La figura prosiguió su rumbo y paró frente a nosotros, su rostro no tenía forma; era como cuando pintas algo con un carboncillo y lo esparces sobre el papel, su cuerpo era igual; era como la visión borrosa de un ser en llamas, entonces la figura habló y su voz sonó como un eco procedente del inframundo.
-Es la fragua, de vuestra desdicha la que arde, así que no soy más que un hijo del calor de esa fragua.
Extendió su mano, una mano que parecía hecha de brasas ardientes en dirección a nosotros.
No se, de donde saqué el valor pero reaccioné, cogí a mi hermana en brazos y grité:
-¡No te acerques, Cramer, Hansen: detrás mío!
Mis hermanos que hasta el momento habían permanecido como hipnotizados, tambien reaccionaron y se escondieron detrás mío.
El ser, o lo que fuera aquello, emitió un susurro que me heló la sangre:
-Si no puedo cobrarme ahora mi botín, ya lo haré en otro momento, siempre estaré cerca de vosotros.
Sin dudarlo respondí:
-Siempre estarás cerca porque nunca olvidaremos la crueldad de quienes intentaron aniquilarnos pero el que tiene miedo espera escondido la muerte, quien no lo tiene, aguarda en primera línea listo para luchar.
El ser pareció titubear, entonces, espezó a apagarse y a descomponerse como un borrón de niebla hasta que desapareció, emitiendo un gruñido de rabia y de impotencia, mis hermanos gritaron, confieso, que yo también. Pero, cuando todo volvió a la normalidad, hablé a mis hermanos:
-Ahora que ha pasado todo, tenemos que unirnos a los supervivientes, olvidad lo que habeis visto y ese ser no volverá a aparecer.
-¿Qué era eso Verónica?; preguntó Cyntia con voz aterrada.
-Puede ser muchas cosas a la vez o no ser absolutamente nada; eso depende de nosotros.
Seguidamente caminamos hacia el portón y lo abrimos lentamente oteando hacia la calle y rezando, para que no regresaran los aviones.


No hay comentarios:

Publicar un comentario