El Nigromante



Siempre quise saber como ese maldito brujo preparaba sus pócimas, era temido y respetado por todos, su casa no estaba muy alejada de la mía, las noches eran escalofríantes para mí. Cuando estaba en mi cama, podía escuchar sus cánticos a lo lejos acompañados por el silbido del viento, que agitaba las hojas secas de los árboles sus ramas proyectaban su sombra hacia la pared de mi cuarto, semejando manos esqueléticas con garras proyectandose hacia mi cuello. Muchas veces deseé abandonar el calor de mi lecho y caminar hacia su choza, pero el miedo me lo impedía. Pasaron los meses y cedí a mi voluntad ¿Qué extraños conjuros revelaban aquel oscuro cantico?
Una noche me armé de valor, tomé mi abrigo y la lampara de gas y me aventuré a través del bosque: proyecté un haz de luz hacia los árboles, de nuevo me invadió la sensación de estar rodeado de garras que me atraparían de forma inesperada; los matorrales se movían como si alguien me esperase agazapado, mi mente se debatía entre dos opiniones: una era llegar a la casa del brujo y la otra, dar marcha atrás y ponerme a salvo.
No tardé en distinguir el destello de la ventana, había llegado a su choza. De repente, la puerta se abrió y salió él portando un saco vacío. Rápidamente me oculté tras unos matorrales, apagué la llama de la lámpara y esperé a que se marchara; se perdió en la inmensidad del bosque, y acudió a mi mente el rumor de que el brujo solía ir al cementerio a robar huesos humanos para sus pócimas.
Esta era mi oportunidad, me acerqué a su choza. Desde fuera se podía percibir un olor a hierbas y aceites, afortunadamente encontré una ventana abierta y entré a través de ellla. El aroma de aceites empapó mis fosas nasales, volví a encender la lámpara para iluminar el interior. A mi alrededor colgaban todo tipo de ramas y especias, sobre las estanterías reposaban frascos con líquidos de colores, no recuerdo cuanto tiempo permanecí observando mi alrededor fascinado, el caso es que volví en sí al escuchar el cerrojo de la puerta y me escondí debajo de la mesa. La puerta se abrió de golpe y entró el curandero cargando el saco a sus espaldas, fué a una habitación contigua dejando la puerta entreabierta y una tenue luz salió de allí, abandoné mi escondite y me acerqué: allí estaba el brujo vaciando el contenido del saco sobre un caldero hirviendo, fue en ese momento cuando pude distinguir a otra persona; no podía ser cierto: era Teodosio, el párroco del pueblo quien había fallecido recientemente; llevaba puesto el mismo habito con el que había sido enterrado: estaba quieto y rígido, su rostro era pálido y traslúcido y sus ojos eran de un color rojo intenso. 
-Has descubierto mi secreto: confesó el brujo sin tomarse la molestia de girarse para verme: tengo la facultad de resucitar a los muertos para que estos obedezcan mis ordenes, por eso, ten mucha cautela con lo que hablas por ahí, o podrías acabar convertido en mi sirviente.
Eso fue suficiente para mí, apenas pude reaccionar para salir huyendo despavorido de ese lugar fantasmal. Ahora que conozco el secreto del brujo, nunca se lo contaré a nadie, la curiosidad mató al gato y yo aprendí mi lección. 

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