La mujer del cuadro



El ladrón trepó sigilosamente hasta lo alto de la casa y entró en el desvan a través de la ventana, no tuvo que forzar nada ni romper ningún cristal, lo cual le garantizaba que iba a disponer de todo el tiempo que necesitara para rebuscar entre los objetos y llevarse todo cuanto pudiera haber allí de valor.
Allí dentro estaba todo oscuro, así que descorrió las cortinas. Lo que vió a continuación, no pareció responder a sus espectativas, pues ahí sólo parecía haber trastos llenos de polvo y telarañas. Pero daba igual, iba a ponerse manos a la obra y seguro que acabaría dando con algo que se asemejara remotamente a lo que buscaba.
Entonces le pareció ver una sombra por el rabillo del ojo. Se quedó parado un momento, pero rápidamente reanudó su tarea.
-¿Me buscas a mí?  resonó una voz fantasmal.
El ladronzuelo se quedó petrificado al escucharlo.
-¿Hola? preguntó -¿Quién ha hablado?
Esta vez, nadie respondió
-Podemos ir a partes iguales: sugirió.
-¿Y qué te hace pensar que quiero dinero? Respondió la misma voz, con un sorprendente eco que parecía perderse en la nada.
El ladrón caminaba hacia atrás de espaldas y al tropezar cayó sentado, encima de una caja. Al fondo relucía algo. Agudizó sus sentidos y lo pudo distinguir con nitidez: se trataba de un cuadro y, para su gusto, parecía muy macabro. En él se veía a una mujer, vestida de época, posando frente a un paisaje en llamas y vestía un traje oscuro, con encajes dorados. Pero lo que más llamaba la atención era su mueca de odio, la cicatriz que surcaba su mejilla y los ojos que parecían inyectados en sangre. No pudo apartar la vista de ella, hasta que el rostro del cuadro cambió de expresión, tornándose en una mueca de burla, corrió hacia la ventana y saltó hacia la cornisa por donde había trepado pero debido a la prisa que llevaba, resbaló y cayó, notó que se partía una pierna y que algo crujía en su espalda, se quedó allí inmóvil, mientras un dolor intenso y punzante recorría su cuerpo.

La mujer del cuadro apareció frente a él en carne y hueso, sus cuencas estaban vacías y goteaban sangre oscura, casi negra.

-La maldición del cuadro dice que quien me libere, ocupará mi lugar en el lienzo; ahora ha llegado tu turno, que pases una feliz estancia...
El miedo y el dolor hicieron que el chico perdiera el sentido, y cuando despertó, no sabía si estaba muerto o si seguía soñando...

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