Agua roja

Llevaba días planeando mi acto y sopesando detenídamente las consecuencias de aquella decisión tan grave que había nacido en la desesperación de mi fracaso como estudiante, pero mis esfuerzos por seguir el camino trazado por mi honorable progenitor habían sido estériles; no reunía las aptitudes que llevaron a mi padre hasta la cima y mis manifiestas limitaciones eran un estigma que podía socavar por sí mismo el buen nombre de mi família.
Mi vida iba escurriéndose lentamente a través de mis venas abiertas, mi pulso se desvanecía, el agua comenzaba a desbordarse del recipiente, improvisando una fuente rojiza con el líquido que fluía a borbotones de mis muñecas abiertas; había logrado un corte profundo y horizontal, casi perfecto...
El silencio y la paz fueron sensaciones pasajeras que fueron rotas por el ruido de aquellos golpes continuados: era mi padre que, rabioso y desesperado, me pedía a gritos que abriera la puerta, yo hice caso omiso a sus requerimientos, no podían cambiar mi destino.
Proseguí con mi espera, y entonces apareció, estaba junto al lavabo, sus ropas eran tan negras como el mar de Tokio sin Luna, y pese a no tener cara, me observaba con una expresión muy severa, me llevé una mano a la boca para ahogar el grito de horror que afloraba en mi garganta.
Afuera, un gran alboroto se había desatado, mis padres no cesaban de gritar, sus voces amartilleban mi cabeza y en ese instante me desvanecí sumergido en un mar escarlata de glóbulos carmesí.

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