Era uno de esos pueblos perdidos entre
montañas que al llegar el invierno suelen quedar incomunicados, esos que a
menudo son tragados por la niebla y cuyas casas son aún de piedra y madera, sus
habitantes llevaban semanas notando cómo cada noche desaparecían animales de
sus granjas y corrales; cada mañana faltaban más animales y aparecían restos de
ellos esparcidos por el suelo; restos de sangre y vísceras partían desde las
cercas del ganado y prácticamente no había nadie que no hubiese sido afectado
por la pérdida de algún animal. Hubo quien, además, aseguró haber visto a lo
lejos a una figura oscura caminando por la lajenía para luego perderse en la
negrura de la noche.
En vista de las pérdidas de ganado en el
pueblo, los vecinos decidieron montar guardia en todos los corrales y cercados,
hasta que por fin una noche dieron con algo: uno de los vecinos que vigilaba
vió algo entrando en su corral y alertó al resto de personas que montaban
guardia, que rápidamente se unieron a él. Apenas lograron ver una figura fugaz
que al verse descubierta echó a volar, sumergiéndose en la negrura de la noche.
Todos los vecinos, sin dudarlo, salieron a perseguirla siguiendo por tierra el
mismo trayecto que realizaba el ente desconocido a través del aire, hasta que
lo vieron entrando por la techumbre de un pajar abandonado. Cuando llegaron al
lugar, entraron en tropel iluminándolo todo con sus antorchas, allí vieron lo
que podría describirse como un enorme ser, mitad humano y mitad insecto: una
enorme polilla negra que parecía ataviada con un atuendo largo y negro que
batía a modo de alas, con unos dientes largos y afilados y largas garras.
Algunos vecinos salieron huyendo despavoridos mientras otros permanecían
observando fascinados a la criatura que levitaba frente a ellos, varias
antorchas cayeron al suelo y el fuego no tardo en devorarlo todo, los que se
quedaron, no tardaron en salir de allí ahogados por el humo, pero la criatura
no parecía percibir el calor del fuego, hasta que le alcanzaron las llamas, entonces
fué demasiado tarde e intentó inutilmente salir por el resquício del tejado al
tiempo que este se derrumbaba sobre ella, sus gritos fueron descritos como los
chillidos de una rata acorralada, y tardó un buen rato en hacerse el silencio.
Aún hoy en día, con el paso de los años, dicen los viejos del lugar que siguen
oyendo aquellos gritos desgarradores al caer la noche.
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