Hambre



La guerra se había cobrado lo mejor de la comarca, todos los jóvenes en edad de trabajar y formar una família habían partido para luchar en alguno de los dos bandos, las cosechas se habían perdido, la rapiña de los soldados en avanzada o retirada se había cobrado todos los recursos restantes y en medio de aquel caos, hubo un hecho que por su crudeza, fué deliberadamente ocultado por las autoridades.
Las tropas gubernamentales habían recuperado la practica totalidad del territorio ocupado por los insurgentes, estos en su huida hacia las montañas, fueron secundados por parte de la población, pero a medida que se fué consolidando la victoria, un tropel de famílias hambrientas se lanzaba en exodo a las carreteras con sus famélicos hijos en brazos buscando los restos de sus casas y ser atendidos por el ejército que ya empezaba a aplicar represalias selectivas.
Casi escondido entre una espesa arboleda, había un edificio olvidado por la contienda, allí habitaban hombres y mujeres que habían perdido la razón, transcurrieron los meses y nadie parecía reparar en su existencia pese a los secretos a voces de algunos testigos que aseguraban haber visto a los celadores del psiquiátrico huyendo en medio de la noche y dejando a los enfermos atados con correas a sus camas, y abandonándoles sin alimento ni agua, así que allí quedó el psiquiátrico olvidado por todos, con sus enfermos dentro y abandonados a una muerte segura y horrible.
Pero lo que no se podía esperar nadie fue lo que ocurrió después: tras restaurarse la normalidad, muchos habitantes del pueblo empezaron a oír feroces gritos por las noches que provenían de la espesa arboleda, gritos que pronto pudieron identificar como procedentes del edificio del psiquiátrico. Los habitantes fueron presas del pánico: nadie quería hablar de ello, y preferían callar ante lo que parecía un hecho imposible. Aquellos locos ya deberían estar muertos, llevaban más de dos años sin alimento ni líquido, encerrados y atados.
Cuando este hecho llegó a conocimiento de las autoridades, decidieron enviar un pelotón de reconocimiento por si algunos rebeldes habían elegido aquel lugar para ocultarse y planificar nuevos actos de sabotaje. No encontraron nada en el primer piso, salvo viejas camillas y mesas quirúrgicas con telarañas, pero cuando llegaron arriba quedaron petrificados al ver el repugnante espectáculo que tenían ante sus ojos. En la sala que se abría ante sus ojos atónitos, había varias decenas de cuerpos famélicos, encogidos, de largas melenas y huesos sobresaliendo de sus pieles apergaminadas. Unos les miraban de soslayo sujetando trozos de carne cruda entre sus manos que devoraban con avidez, otros estaban acurrucados por los rincones en actitud defensiva. Sobre buena parte de las camas yacían fragmentos de cuerpos entre cuerdas partidas y una capa de huesos y restos humanos alfombraba el suelo de una sala inundada de hedores organicos y nauseabundos.

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