El acantilado



Las noches de verano son calurosas, claras como el cristal y tórridas como la lava líquida. A ella le gusta quedarse hasta el anochecer en la terraza mirando las olas rompiendo contra las rocas, desde donde está puede verse el camino que baja hasta el acantilado, ese camino baja por la colina y termina en el atolón, los grillos cantan entre la hierba reseca y la luz de la luna ilumina el horizonte, sigue el camino de piedra a lo largo del acantilado, pasando la mano por la barandilla de metal, sintiendo la espuma del mar salpicando sus tobillos, lo ve frente al mirador cuando se acerca; su expresión es serena, el viento le revuelve el cabello , hace cuatro días que se citó con él por última vez y creía que no volvería a verle. Sin pensarlo dos veces, echa a correr llena de júbilo pero antes de llegar, este se da media vuelta y salta por encima de la barandilla del mirador, la chica se asoma hacia abajo, pero lo único que ve son olas enormes golpeando sin piedad las rocas oscuras y puntiagudas. Temblando de pies a cabeza, logra regresar a su casa. Sube a su habitación en silencio y permanece boca arriba sobre su cama mirando al techo hasta que amanece.
El tenía muchas cosas en mente, pero de todas ellas solo una predominaba sobre las demás: su novia y el rechazo de las famílias de ambos a su unión, días antes la llamó para hacerle saber que la vida sin ella carecía de sentido y esa noche había venido para despedirse; sobraban las palabras porque ya se lo había dicho todo, ahora los dos estan en dos mundos muy opuestos y quizás vuelvan a reunirse en breve.

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