El último



Llevaban días persiguiendole, soportando sus burlas contínuas y sumando un fracaso tras otro, pero sus errores no habían caido en saco roto y el cerco se había cerrado en torno a él, esta vez lo tenían acorralado y sin escapatoria en aquella casa destarlalada; cruces y estacas en el interior y la luz de un día radiante despuntando en el exterior; el último de su estirpe tenía los minutos contados. Al entrar en la casa vieron que todo estaba oscuro salvo en aquellos huecos donde la luz se filtraba a través los tablones que cubrían las ventanas, recorrieron la planta baja sin encontrar nada, de repente escucharon pasos en el segundo piso, y la horrible risa macabra que ya habían escuchado en innumerables ocasiones; subieron con cautela sin poder evitar que los peldaños de madera crujieran bajo sus pies y cuando llegaron arriba, echaron a andar a través del pasillo escrutando cada rincón con detenimiento; avanzaron con sumo sigilo hasta que al pasar junto a uno de los costados de las puertas el que iba en cabeza, tuvo la sensación de haber observado a un ser con unos ojos completamente blancos observándoles en silencio, así que dió la señal a los demás y estos dieron la vuelta despacio para situarse frente a la puerta, una vez allí, irrumpieron en la habitación situandose en círculo pero no vieron nada, asi que salieron y siguieron su camino hasta que oyeron una fuerte respiración proveniente del techo, alzaron la vista y allí estaba él, sujeto entre las dos paredes, con las piernas y los brazos extendidos, los ojos blancos y babeando, con una sonrisa diabólica en su rostro, de pronto gritó y se dejó caer sobre ellos, era una bestia agónica dando sus ultimos zarpazos y pese a su fuerza sobrehumana llevaba días sin probar la sangre, huyendo sin descanso y esto había consumido todas sus fuerzas.
Sin pensarlo dos veces, arremetieron contra él al unísono; las estacas subían y bajaban hundiendose una y otra vez en su cuerpo como los aguijones rabiosos de las abejas atacando en enjambre; la burla cedió paso a la súplica, sus convulsiones nerviosas cedieron paso a la rigidez y el depredador se convirtió en presa, finalmente se hizo el silencio y una expresión de serenidad tardía volvió a adueñarse de aquel rostro abyecto antes de que su cuerpo inerte acabara desmenuzandose hasta quedar converido en una montaña de cenizas.
Meses más tarde, a miles de quilómetros de distancia, un padre afligido bajaba al sótano de su casa para recoger su pala y comenzaba a cavar, para enterrar a su hijo fallecido. Mentras lo introducía en la fosa se preguntaba qué extraña enfermedad había consumido la vida de aquel pequeño dejandole sin una gota de sangre en su cuerpo.

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