La llorona



Recuerdo mi estancia en aquella vieja casa, majestuosa y sencilla a la vez, una construcción sobria pero acabada hasta el mas infimo detalle, pero lo que mas recuerdo es mi ultima noche ahi, la leve brisa que recorria los arboles dejaba entrever la silueta de la luna balanceandose sobre sus ramas. Mi habitación estaba en la planta alta, era cómoda, pero mi sueño esa noche era intranquilo, divagaba en torno a mis problemas y aquello que comenzaba como pensamientos, acababa convertido en sueños de los cuales despertaba tan pronto como comenzaban, parecia algo cíclico, casi predecible: diez minutos de calma absoluta interrumpidos por el ruido del viento azotando mi ventana, luego, calma nuevamente, hasta que algo me sobresaltó en mayor medida que el resto; esta vez el viento no habia azotado la ventana, parecia que alguien me había llamado a través del cristal, rápidamente me incorporé de la cama y observé la ventana: la luz de la luna se colaba dentro de la habitacion cincelando macabras manos con las sombras de los arboles resecos que se mecian a voluntad del viento.

Mi mente se turbó imaginando el ser que llamaba a mi ventana, me acerqué lentamente intentando agudizar mis sentidos hasta que lo escuché nítidamente: esta vez no era alguien golpeando mi ventana: del jardín provenia un llanto sobrecogedor,  la curiosidad que sentía le venció el pulso al temor: abri la ventada de par en par y me asomé al balcón, nunca lo olvidaré: no concebia en mi mente lo que estaba presenciando, una mano pareció surgir de la nada, y tras de ella, un vestido gris y traslúcido, lo vestia una joven de cabello negro que parecia arrastrar un lamento amargo, instantes después, una rafaga de viento descendió de la nada, arrastrando consigo a la joven y su vestido  hasta que se desvanecieron en el aire dejando atrás un jardín solitario y oscuro. Cerré las ventanas y regresé a mi cama sin que pudiera volver a conciliar el sueño, solamente me quede ahi, inmovil y con la mente en blanco, y aunque aquella noche parecia eterna, el dia no tardó tanto en llegar, dejando en mi mente la imagen de aquella joven dama con su sobrecogedora y desesperada tristeza.

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