Sangre



Estaban muy cerca, y pronto acabarían atrapandole, huía desesperado cuando agudizando la vista pudo atisbar una salida, luchando contra el dolor que torturaba su maltrecho cuerpo, se acercó para examinar la grieta y retirando como pudo la maleza, se introdujo en la hendidura, esta se internaba tortuosamente a través de una estrecha garganta, de bordes afilados, esperanzado, avanzó por ella varios centenares de metros, hasta que llegó a un valle brumoso plagado de matorrales y baja arboleda, atónito, vagó a través de él. Una rara familiaridad acompañaba sus pasos, como si su mente recordara haber estado antes en aquel lugar, hacia el interior del valle encontró varios monolitos formando un túmulo circular y en el centro del amplio perímetro, un altar de piedra presidía lo que parecía ser un antiquísimo templo, allí recordó el origen de su pueblo, que se remontaba a la noche de los tiempos: estos adoraban a los dioses de la noche, sus sacerdotes sacrificaban a sus enemigos e incluso a sus primogénitos más preciados en hoscos altares de roca, para reclamar el favor de sus deidades, siglos de adoración les hizo creer que eran auténticos dioses y su arrogancia fue su perdición: el Padre Supremo renegó de ellos, condenándoles a llevar el estigma de los semidioses a quienes adoraban, muchos de ellos huyeron, renegados y malditos hasta el fin de sus días, otros se escindieron olvidando sus orígenes y hundiéndose en el abismo de la barbarie, sin embargo, en las leyendas aún se les recordaba como seres míticos, sobrenaturales y dotados de una fuerza excepcional.
Respiró hondo, una fina capa de sudor envolvía su cuerpo, un escalofrío bajó por su espina dorsal. Súbitamente, un intenso dolor le golpeó como una maza y le hizo caer de bruces, arañó el suelo en su frenético intento de calmar la agonía que hería sus carnes, la sangre le hervía, su corazón latía desbocado, gritó preso del dolor y de la rabia, el crujido de sus huesos inundaba sus oídos hasta que cesó el tormento y las convulsiones, entonces se incorporó notando que sus ropas, desgarradas e inservibles, estaban hechas un amasijo; espesas matas de pelo le cubrían por entero; mirando sin reconocerse, vio sus brazos acabados en dedos de afiladas zarpas, una ola de fuerza llenaba cada fibra de su ser, su poderoso y tupido pecho daba paso a una cabeza descomunal, de largo morro y afiladas orejas. Tensando el pecho, alzó sus ojos que eran delgadas y relucientes rendijas y profirió un aullido prolongado que reverberó por todo el valle. Ahora, el horror antropomórfico en que se había convertido, pudo escuchar las voces distantes que delataban a sus perseguidores. Abriendo una boca llena de agudos dientes la criatura esbozó una siniestra sonrisa: había comenzado la caza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario