Era medianoche
cuando escuché un leve golpeteo en la puerta. Estaba a punto de acostarme pero
me dirigí a abrir: giré el pomo y dejé la puerta entreabierta, sujeta aún por
la cadena. Me asomé a mirar y no ví nada; no había nadie tras la puerta. Al
regresar a mi habitación, escuché el sonido de unos pasos recorriendo el
pasillo. El pánico se apoderó de mí: desesperada, me encerré en el cuarto de
baño. Allí permanecí escondida durante varias horas y al salir, encontré
aterrada una nota pintada en la pared que decía así:
“Gracias por haberme dejado entrar en tu casa.
Ahora, por ese error que acabas de cometer, estoy dentro de tí”
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