El bosque

Ten cuidado fugitivo; no pierdas de vista tu entorno: cuida tus miradas y vigila a quien te mira. Cada paso que das; cada ligero eco, cada sombra distante, son voces de alerta que no puedes ignorar. Largo es el camino que no conduce a ninguna parte.
Pacientemente esperas a que caiga la noche para cruzar con sigilo aquellos bosques que ni el demonio frecuenta por prudencia. Arboles retorciendo sus ramas ante tus ojos insomnes, bestias aullando solitarias bajo la luz de la luna, aves carroñeras batiendo sus alas en la espesura grisácea, sombras confusas que te observan amenazantes.Lentamente, con la paciencia de una araña, el miedo que te observa, te atrapa con sus largas redes; desearías romper con tu espada los nudos que unen el tejido de sus cuerdas invisíbles, partir a galope tendido hacia la lejanía, pero como el insecto que es interceptado por la tela de araña, solo consigues revolver aún mas las cuerdas que te envuelven, y estas se ciñen a tu cuerpo, asfixiandote.
Llevas huyendo demasiado tiempo y la tortura que sufre tu alma es cada vez mayor; solo eres una sombra errante que huye sin ir hacia ninguna parte. El viento hace crujir los árboles, sus sombras confusas te acechan emboscadas en la negrura como espíritus maleficos. De repente, oyes un crujido distinto de los demás, luego un silvido y después otro, y sientes el tacto punzante de las flechas hundiendose en tu carne, atravesando tus huesos. El dolor es insoportable: tu caballo relincha pero tus manos ya no pueden sujetar las riendas por mas tiempo, y caes pesadamente al suelo mientras el negro corcel parte resoplante hacia donde la vista se pierde en la negrura.
En el ensueño de tu agonía, oyes voces a tu alrededor: tu viaje se acaba y cuando tus ojos dejan de ver, descubres que la vida es un baile de máscaras al que fuiste invitado por un anfitrión bromista

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