Llegué hace dos días de Bolívia y aún llevo el
bulto de la mercancía adosado a la piel, semejante a un tumor procedente de
afuera.
Desde que llegué, no he hecho otra cosa que
buscar a mi contacto; me dijeron que alguien vendría a buscarme, pero ese
alguien no aparece por ninguna parte. ¿Será acaso un fantasma?
Miro a mi alrededor y veo a una muchacha cuyos
ojos parecen clavados en mí. Y digo que la veo por que mientras me mira, no
puedo ver otra cosa y porque jamás he visto un rostro parecido.
Lleva el cabello muy largo; negra medusa de
negra cabellera brillando en la oscuridad. Sus ojos són dos destellos que
brillan en la oscuridad de un pozo, su piel blanca y obscena parece arder con
el brillo que desprenden sus poros abiertos. Distingo sus leves pezones como
balas apuntandome al corazón; creo que acabo de ser arponeado, y es inútil
resistirse; mejor me quedo inmóvil, cual conejo acurrucado sobre el cepo que
acaba de cerrarse sobre su pellejo inquieto; sobre la presa temblorosa que soy
yo. Demasiadas veces la he contemplado en mis sueños, desnuda sobre una colcha
de seda; quisiera sacar mi Colt y pegarle un tiro entre ceja y ceja, pero no
soy capaz de semejante acto defensivo; me temo que he caido en su red
invisíble.
Una capa de piel traslúcida ocultaba su verdadero
semblante; yo no llegué a ver sus rasgos a contraluz, pero me la imaginaba, tal
vez horrorosa; los ojos no se pueden ocultar, y esto la delataba.
Sin embargo, había logrado superar su
deformidad facial eludiendo la luz directa sobre su rostro, de esta manera,
nadie repararía en la visión de su rostro desfigurado por horrendas
mutilaciones.
Ella sonreia, intentando disimular su màscara,
durante años visitó sanadores, cirujanos, dermatólogos, astrólogos y adivinos.
Su mente anhelaba compañía, pero su cerebro torturado la empujaba a odiar; tal
vez por precaución, jamás se acostó dos veces con el mismo hombre, y a nadie
confesó que usaba desde niña una màscara confeccionada con piel humana.
Babeando me gritó que alguien había
desfigurado su rostro con acido siendo ella una niña. Me contó que este acto
era la represalia por cierta deuda contraída por su padre, la cual no llegó a
pagar a tiempo.
Desde entonces, se había dedicado en cuerpo y
alma a buscar a aquel verdugo que la condenó a vivir convertida en un monstruo.
-¿Recuerdas ahora?: han transcurrido ya veinte
años, pero en mi mente sucedió ayer, por eso llevo su cara grabada.
Esto me lo dijo después de haber sujetado mis
muñecas y mis tobillos a los respaldos de la cama.
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