Ibamos a vencer a la muerte, este era el mensaje que sonaba en nuestros
corazones, defendíamos nuestra tierra y Diós estaba de nuestro lado,
marchábamos hacia la batalla con una sola voz como un ejército de pordioseros
empuñando nuestros útiles de labranza, o armados de piedras y palos y la
motivación que nos brindaba la fe ciega. Pero cuando estábamos frente al
enemigo, no le vimos retroceder, tal y como nos habían asegurado nuestros
caudillos, sino que cargaron sus cañones y dispararon sin piedad contra
nosotros; sus proyectiles estallaron a nuestro alrededor haciendonos saltar por
los aires, arrancando brazos y piernas y segando nuestras cabezas como espigas
cayendo del tallo.
Cuando llegó el silencio, sólo quedó el vago recuerdo de nuestro desafío
mezclado con el fango, pero tras el silencio llegó la letanía de aquellos
cantos incomprensíbles que nos arrancaron del sueño expulsándonos de la
negrura: unos se reincorporaron sobre sus cuerpos maltrechos y empezaron a
caminar, otros recogieron sus cabezas separadas y prosiguieron su camino; hubo
miembros que se movían solos, troncos seccionados avanzando a rastras...y el
pánico cundió entre las tropas: muchos enloquecieron de terror, otros
desfallecieron ante una escena que su mente se negaba a aceptar y la
mayoría huyeron como alma que lleva el
diablo rumbo hacia ninguna parte. Nuestra era la victória y nuestra era tambien
la tierra por la que habíamos luchado, nadie supo interpretar el sentido de
aquel vaticínio según el cual venceríamos a la muerte, pero después de aquello,
todos conocían su significado.
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