Era el hombre
malo que se aparecía en sueños desde la infancia; la imagen del propio miedo
encarnada en una sombra raquítica y severa, solía venir para decirme que debía
marcharme con él y cuando abría los ojos al despertar , él seguía allí,
impasíble, esperando mi respuesta. Yo entonces solía obrar tal como me habían
enseñado mis padres cuando entraban en mi habitación atraidos por mis gritos:
cerraba los ojos con fuerza y contaba hasta tres y cuando los volvía a abrir,
él ya había desaparecido.
Mi ultimo
encuentro con él fué diferente a los demás: yo mantenía los ojos cerrados, no
sin advertir que un escalofrió de horror los movía bajo los parpados, como si
en sueños fuese consciente de lo que sucedía y cuando los volvía a abrir, el
seguía allí, cuando intentaba alejarme de él, veía como todas las sombras que
me rodeaban se movían al unísono, y desde lo más oscuro y profundo del lugar,
le veía aparecer nuevamente, en ese momento, desperté, pero al al abrir los
ojos una y otra vez, ví que él seguía allí; sin moverse. Fué entonces cuando comprendí
que había llegado el momento de marcharme con él.
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