Su grito
desgarrador había conmocionado a la multitud, sin embargo, pocos sabían que yo
era el asesino y que me encontraba a poca distancia de mi amada, contemplando
la escena entre bambalinas. La conocí en medio de la fiesta y la risa, momento
elegido por el destino para unir nuestros corazones pese a que nos separaban
las convenciones sociales, ella se mudó a vivir en el altillo donde pintaba mis
cuadros, solía posar a menudo para mí, su cuerpo temblaba alocado cuando la
acariciaba y cuando salíamos por la noche, la ciudad se transformaba para
convertir los antros y las tabernas infames que frecuentaba en suntuosos
palacios.
Pero un día,
llegó aquella alimaña despiadada que nos separaría a ambos, un acaudalado
productor de teatro que la puso a trabajar en su compañía, y que me hizo probar
el sabor de la soledad y el abandono, las noches se convirtieron en lagos de
penumbra y los días en lenta y angustiosa espera de una muerte que nunca acude
a su cita, sufrí varios intentos de suicídio fallidos hasta que desperté en una
ciudad sucia y desgastada decidido a vengar mi afrenta, la avarícia y la
lujuria es lo que mueve a las mujeres y lo que provoca el engaño en los hombres
llevandoles a la perdición, haciendoles creer en el amor y el compromiso. Un
día vi un cartel con el retrato de mi amada encabezando el reparto de una obra
escrita a la medida de un talento mediocre, ella obviamente no sabía nada, sólo
que la pieza terminaba con su muerte fictícia por el puñal de un amante
despechado, sólo tuve que infiltrarme para cambiar ese elemento clave del
atrezzo y la obra terminó con la interpretación más soberbia y estremecedora
que jamás conoció el aburrido público que frecuentaba los trasnochados teatros
de la ciudad.
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