No hay animal mejor dotado para la supervivencia que aquellos que viven
de la carroña; sus dientes trituran cualquier vestígio orgánico y lo convierten
en comida, sus estómagos digieren materia en descomposición y engordan con
ella, cosa que a cualquiera de nosotros le provocaría la muerte de forma
fulgurante, sus largas uñas se agarran a cualquier superfície como ventosas; yo
los he visto trepar por las paredes y hasta por el techo. Si la escasez de
alimento es absoluta, siempre pueden reproducirse para alimentarse luego de sus
crías, son capaces de adaptarse a cualquier medio por hostil que este sea.
Creo que ya se encontraban aquí antes de que surgiera la vida en la tierra, y
cuando esta se haya extinguido, ellos seguirán perpetuandose. Sus incursiones en mi propiedad han arruinado varias de
mis cosechas y me han hecho perder innumerables piezas de ganado, su astúcia me
ha obligado a reinventarme y a perfeccionar los métodos que empleo para
mantenerles a raya, los primeros cepos
que usé nunca fueron muy eficaces, sólo uno de cada cinco lograba retenerles;
ya entonces, cuando alzaba el palo para romper su cuello, notaba su mirada
clavada en mi rostro y supe que tras aquellos diminutos ojos negros y redondos
anidaban rasgos de inteligencia humana. Más tarde, recurrí a cepos con los
bordes dentados y cual fué mi sorpresa la primera vez que ví la pata amputada
en la trampa y constatar que la presa se había arrancado la extremidad a
mordiscos para poder escapar. Esto me llevó a emplear cepos de mayor diametro,
peso y tamaño que al cerrarse partían su espina dorsal y no por ello, dejé de
sorprenderme al ver cómo me amenazaban enseñandome los dientes mientras recogía
sus cuerpos maltrechos para introducirlos en el saco.
Pronto, los cepos dejaron de surtir efecto, pues habían aprendido a
identificarlos y eludir su amenaza, entonces, tuve que recurrir al veneno, pero
este dejaba de ser letal para ellos al poco tiempo, lo cual me obligaba a ir
cambiando la solución con regularidad y a recurrir a productos cada vez más
caros y costosos.
Mi adquisición más costosa consistió en una partida de perros de presa
compuesta por los canes más feroces y sanguinarios, tuve que acostumbrarme e
oir sus ladridos durante toda la noche y pese a todo, he de reconocer que
cumplían su cometido de modo infalíble, aunque esta satisfacción no fué
definitiva, ya que que los merodeadores no tardaron en reagruparse y elegir una
sola presa cada vez, sobre la que se avalanzaban en grupo; descubrí un nuevo
rasgo en ellos: eran capaces de coordinarse para actuar con un objetivo común y
asumir la perdida de los suyos como un sacrifício necesario. Esta fué mi
conclusión tras varias mañanas recogiendo los restos de uno de mis perros que
yacía rodeado por docenas de animales despedazados, huelga decir que al cabo de
un tiempo, acabé perdiendo a todos mis perros...
Cuando el ejército eligió este desierto para experimentar con armas
nucleares, gran parte de esta zona quedó anegada por la radioactividad. Pero:
¿Qué ha sucedido con las bestias que habitan los montes cercanos al lugar de la
explosión? ¿Qué cambios en el metabolismo de cualquier especie puede producir
la contaminación más letal de todas las creadas por la soberbia humana?
Obviamente, toda alteración en el organismo, no es más que el doloroso
preambulo hacia una muerte segura, pero se conoce que los descendientes de los
infectados suelen experimentar mutaciones que de no ser por su corta vida,
habrían podido derivar en nuevos especímenes de la evolución. Yo he sido
testigo y doy fe de que tras varias generaciones fallidas, han sobrevivido bajo
nuevas formas de vida, han sabido adaptarse a su entorno y si en algún momento,
pude vislumbrar ciertos rasgos humanos en ellos, creo que los hechos han
confirmado mis temores más recónditos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario