Llegué fatigado hasta el lugar;
no era facil subir aquel camino en pendiente bordeado de barrancos pero la
ultima fase del ritual requería un aislamiento que ningún rincón de la ruidosa
villa podía proporcionarme. Dejé el saco junto al viejo sauce y me puse a
recoger leña a su alrededor. Tiempo después, ya lo tenía todo listo: abrí el
saco y uno por uno, fui sacando todos los objetos que allí guardaba para el
ritual: hostias y vino consagrados, cenizas de macho cabrío, tendones humanos,
cabellos, uñas, carne y semen de brujo, trozos de ganso, hembra de rata y sesos
de cuervo; encendí la fogata que había preparado y lo puse a hervir en el
craneo carcomido de un ajusticiado cuya cabeza había arrebatado a los gusanos;
cuando estuvo todo macerado, me desnudé y unté todo mi cuerpo con el pegajoso
ungüento. Instantes más tarde, mi mente caía en trance; noté como mi carne se
abría; las costillas crujieron; mi mente voló como un cuervo enloquecido, una
fuerza invisible tiraba de mi pecho hacia fuera con ansioso frenesí y una
corriente salvaje de emociones saltó de mi interior hacia afuera, su energía me
traspasaba filtrándose por cada hueco de
mi ser y un abismo vertiginosos se abría ante mis ojos posesos, la piel quería
despegarse de mi ser y se erizaba despavorida; ví abrirse ríos de lava que levantaban
largas lenguas de fuego precipitandose por cascadas sin fondo; vi
arder las llamas de un fuego espantoso sin límite ni forma que ardía sin parar,
ví paisajes de dolor y desolación
que nadie ha osado imaginar salvo a través de sombras y representaciones.
Me despertó
la fría luz del alba. No sentía nada; apenas recordaba nada. Recogí mis ropas y
me vestí, luego recompuse como pude mi aspecto e inicié el descenso de la
colina. Mi paso era firme y mi mente un arroyo que descendía entre las rocas.
El pueblo despertaba a lo lejos, con la noche a sus espaldas. Por el camino ascendía una persona apoyándose en un
bastón. Una persona con la que coincidí en el pasado y que, al verme, sonrió y
me dijo algo, pero yo pasé a su lado sin mirarle; continué mi descenso, seguí
caminando por esos parajes cruzándome con rostros que torcían el gesto al verme ignorantes del cambio que
se había producido en mi interior pues mi locura era el privilegio de un recién
nacido que acababa de llegar al mundo. Mi viaje me había abierto las puertas a conocimientos
que escapan a toda comprensión y eso me había convertido a los ojos del resto en un loco idiota de mirada abyecta y
sonrisa babeante.
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