Siempre había envidiado a esos jóvenes y su estilo de vida con sus
fiestas privadas en el club náutico bailando casi cada noche hasta altas horas
de la madrugada. Nunca supe qué
era lo que hacía a aquella gente ser tan diferente a los demás; yo en mi lógica
pensaba que la clase social a la que pertenecían les apartaba de la gente
vulgar por considerar que no estaban a su nivel. Vivía en un bloque de pisos
próximo al puerto deportivo y trabajaba en un restaurante cerca de mi casa, por
lo que solía verles con frecuencia a primera hora de la mañana parando con sus
flamantes coches a desayunar recién abierto el establecimiento. Era el
simpático chico de los recados que les servía el desayuno, el discreto
confidente con quien compartían sus bromas. Un día me bautizaron dándome un
sobrenombre y empezaron a tratarme como si fuese uno de ellos, entonces supe
que había entrado en su círculo.
Inexplicablemente, había sido
invitado por la dudosa fortuna para asistir a una de sus fiestas y al llegar ví que me saludaban con alegría;
parecían disfrutar con gran júbilo y el ambiente era luminoso y ensordecedor,
tal como siempre me lo había imaginado cuando veía las luces brillando a lo
lejos desde la terraza de mi casa, y así fue como transcurrió durante la
primera hora, pero a medida que pasaba la noche comencé a experimentar
una sensación difícil de describir; sus rostros risueños y despreocupados se
fueron transformando en máscaras de enajenación eufórica sus risas frívolas se
volvieron exultantes; ocurría en el ambiente; a mi alrededor; todo mi entorno
estaba cambiando: el suelo que pisaba era una pasta resbaladiza de líquido derramado, la
música se convirtió en un caos frenético y las risas eufóricas se mezclaban con
ecos diabólicos cuyo lenguaje era incomprensible; algunos comenzaban a
desvestirse, y otros se arrancaban los trajes. Las chicas lo hicieron tan
rápido que pronto me ví rodeado de cuerpos desnudos; bailaban
sin parar como si hubieran perdido la razón; sus rostros se disipaban con la
velocidad que se cruzaban frente a mis ojos, y en medio de aquel caos, pude ver
como su piel caía quedando en tejido vivo y
palpitante; sucedió mientras se agitaban violentamente entre espasmos y
convulsiones y poco más tarde, pude ver como aquellas llagas ulcerosas
adquirían rigidez cubriendose de capas segmentadas parecidas a un largo
caparazón anudado; de sus costados brotaron largas patas peludas con apéndices
que terminaban en uña. Fue entonces cuando abrieron sus enormes bocas provistas
de dientes largos y afilados mientras me rodeaban con aire amenazador. Impulsado por una especie de resorte, eché a correr a través del muelle pero mis
perseguidores me alcanzaron en seguida, y comprendí que había llegado el final.
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