Uraño como pocos,
se encontraba cenando su plato de insipida sobriedad aderezado de escasez
sentado sobre el tronco que constituía parte de su mobiliario, mas tarde, se
pondría a lavar los platos de cualquier manera, y se sentaría a echar el ultimo
pitillo del día mientras se iba enfriando la casa, ya se disponía a hacerlo
cuando una sombra escualida y alargada recorrió la pared y una mano fría se
posó sobre su cuello. Trastabillando,
caminó hacia la puerta, corrió el pestillo, y pasó al otro lado, bendiciendo
aquella oscuridad amable y silenciosa que le acogía desplegando livianas telas
de sombra sobre un cielo negro. No echó a correr pues su hombría no le permitía
exponerse a que algún despistado le viera corriendo por todo el pueblo. Su
punto de destino, lo decidió sobre la marcha: fué a ver a su amigo del alma, a
quien arrebató de los brazos de Morfeo aporreando su puerta con saña y
desmayandose tan pronto obtuvo respuesta a sus requerimientos, el hombre,
sorprendido por tal intempetiva visita hizo cuanto supo para reanimar a su
amigo, pero no pudo impedir que una cascada de lágrimas infantiles recorrieran
las nuevas arrugas que esa misma noche se habían formado en su rostro.
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