El mayordomo

Tenía planificada una importante reunión cuando mi mayordomo se ausentó sin justificación alguna. Llamé reiteradamente a la agencia para que encontraran a una cuidadora por horas, y tras insistir inútilmente, partí hacia la sala de reuniones abrumado por la idea de tener que dejar solas a mis dos hijas y sin ninguna persona responsable de su cuidado.

Al llegar a casa, ví aquella nota colgada en la puerta que decía así:
“Si le queda algo de valor: entre y verá lo que le espera”
Cuando traspasé el umbral, entré con la esperanza de que aquella nota fuese solo una broma; siempre he padecido del corazón, y dije para mis adentros: no...no puede ser verdad.
Al subir las escaleras y entrar en la habitación, me encontré a mis dos hijas tiradas en el suelo como si fuesen dos muñecas: tal fue mi impresión ante aquel escenario que no me percaté de aquella presencia que acechaba detrás mío: tan sólo noté un golpe seco a un lado del craneo, luego...nada.

Cuando desperté, estaba tendido en la cama de mi habitación; tenía el cuerpo amordazado y la boca vendada. Frente a mí, estaba el mayordomo con una sierra eléctrica que encendía y apagaba con gesto divertido. Me dijo:
-¿Acaso creía el señor que no sabía a lo que se dedicaba por las noches?; cuando asesinó a su mujer, me ordenó borrar todas las pruebas, ya entonces sospechaba algo, pero preferí guardar silencio; usted mientras tanto, seguía matando; creía estar a salvo resguardado bajo su apellido y su posición. ¿Creía que no conocía cual era el objeto de aquellas reuniones interminables que se prolongaban hasta altas horas de la madrugada?.
Pues sí señor: yo lo sabía todo, pero aquellas dos niñas a las que secuestraron la semana pasada para que usted pudiera divertirse con ellas, eran mis dos hijas...ahora sabrá lo que se siente al ser la víctima.
Yo traté de hablar pero no pude; esta vez tenía la boca atada y me había quedado sin argumentos...

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