Cuando alguien desaparece de tu vida, deja un vacío inmenso en tu
interior, que te devora, pero cuando te abandonan, además de vacío, aparece la
sed de venganza, no es pues de extrañar que los siguientes meses los pasara
estudiando las diferentes formas de matarle, cuando estuve lista pedí una
excedencia en mi trabajo, la verdad es que no tuve que indagar mucho, bastó con
frecuentar los peores barrios de la ciudad para verle en compañía de fulanas,
analicé mis posibilidades y conociendo sus gustos, me disfracé y me maquillé de
forma que pudiera atraer su atención sin que me reconociera, la pesima
iluminación de las calles jugaría a mi favor y a semana siguiente, forcé
nuestro encuentro y me lo llevé hacia al callejón más oscuro, una vez allí me
abracé a su cuello, y mientras le clavaba la boca del cañón por debajo, me
asaltó la duda: pensé si merecía la pena matarle o darle solo una lección,
finalmente, opté por lo segundo: le susurré al oído que como no hiciera lo que le
ordenaba, le mataría allí mismo como a un perro, y sin dejar de apuntarle, me
aparté y le dije que se sacara toda la ropa, rezando para que mi voz hubiera
resultado firme y convincente, cuando lo tuve alli desnudo cogí todas sus
prendas y salí corriendo para que conociese la humillación y el escarnio.
Estaba tan nerviosa que no recuerdo con exactitud qué pasó después, creo que
nunca le conocí a fondo, pese a jactarme de ello, el caso es que la situación a
la que lo arrastré, le alteró de tal manera que aceleró su transformación,
confieso que siempre me había parecido un muchacho normal y corriente, salvo
por el calor que emanaba en determinados momentos, aunque tampoco llegué a
creer demasiado en la existencia de los licántropos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario