Desde el
embarcadero podía verse un cielo increíble, el lago era un espejo de aguas
cristalinas en el centro de un hermoso bosque virgen, Gabriel chapoteaba
alegremente en el agua mientras yo le pedía insistentemente que se quedara
cerca de la orilla. Desde lejos, creí distinguir un banco de peces en
movimiento, después del desayuno soltaría la barca y cogería la caña para
tratar de pescar una trucha.
Súbitamente hubo
un grito de pánico:
-¡Papá, ven
ayúdame!
Cuando volví a
mirar, ví desaparecer la cabeza de Gabriel, pensé que debía tratarse de un
calambre, y me arrojé al agua sin pensarlo, llegué allí en unas cuantas
brazadas, y cuando iba a agarrar a mi hijo, noté cómo mi piel se abría
desgarrandose por los mordiscos de docenas de pirañas mordiendome al unísono.
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