Cuando llegó a la sastrería para encargar el
arreglo que necesitaba para su camisa, pudo ver de refilón a un adolescente de
pecas rojas moviendose torpemente entre las estanterías; saltaba a la vista que
era un aprendiz. Tuvo una repentina corazonada pero rechazó esa posibilidad
dando por supuesto el buen sentido común del encargado de la sastrería.
“No será capaz” pensó para sus adentros
mientras dictaba las instrucciones acerca de los arreglos que necesitaba su
camisa.
Cuando tiró disimuladamente de la fina goma y
se deshizo el doblete de la manga: cayeron todos los ases que ocultaba sobre la
mesa de juego dejando una estela de rombos y corazones rojos y negros ante el
estupor y la ira de los allí presentes.
-Lo ha hecho; me la ha jugado: murmuró entre dientes mientras escuchaba
amartillear los cañones de los siete Colt que le apuntaban
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