Estoy tendido
sobre la arena de la playa escuchando el murmullo de las olas, el cielo negro
se cierne sobre mí, una pléyade de estrellas centelleando en lo alto, y
entonces descienden los ángeles, los veo revoloteando en círculos, envueltos en
un fulgor pálido que me impide distinguir sus rostros o sus contornos, y
alargan sus manos hacia mí, mientras les contemplo, maravillado, y de pronto,
siento su tacto; sus manos frías y muertas. Y su luz se desvanece para
mostrarme su verdadero aspecto, pálido y siniestro, de rostros sin facciones,
con bocas que se abren como negros costurones erizados de colmillos. Inclinan
sobre mí sus torsos esqueléticos y siento cómo sus dedos ansiosos desgarran mi
carne y como me abrasan con el aliento de sus bocas nauseabundas antes de
clavarme sus dientes aserrados por todo mi cuerpo y entonces grito como un
animal torturado sabiendo que nadie puede escucharme.
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