Ya estaban allí,
mi instinto me advirtió de su presencia, y cuando un fugaz estallido de
conciencia me permitió comprender la gravedad de mi situación, solo atiné a
salir corriendo de la casa.
Atravesé la
puerta y, una vez en el exterior, lo que vieron mis ojos fue la confirmación de
todos mis temores: de todas partes emergían criaturas deformes y repugnantes,
seres viscosos que andaban entre contorsiones, sus cuerpos, cubiertos de llagas
eran una carne mancillada y sangrienta, todos ellos tenían cuencas vacías en
lugar de ojos y emitían gruñidos infrahumanos
Un grupo de ellos
pareció advertir mi presencia y se acercaron con sus fauces abiertas, dejando
al descubierto el interior de sus cuerpos putrefactos, durante un segundo, caí
en hoyo infinito, pero antes de desvanecerme, mi cerebro fue cautivo de
imágenes fugaces que pasaron a una velocidad vertiginosa, y para las que no
existen adjetivos. Cuando desperté, la bruma lo cubría todo y no había rastros
de las criaturas, aunque una extraña pestilencia flotaba en el aire.
Ahora que esas
pesadillas forman parte del recuerdo, comprendo que todo cuanto percibimos no
es más que un reflejo de las fuerzas que se retuercen en el caos como
serpientes del inframundo y que agazapadas, aguardan su momento, todo esto lo
puedo decir ahora que acabo de abrir los ojos tendido en el lecho crujiente de
mi tumba.
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