Cerveza



Iba por mi segunda cerveza: abrí la nevera y cogí una lata, encendí un cigarrillo y aspiré una honda bocanada mientras trataba de obtener valor. Puedo decir con certeza que llevaba años sin disfrutar tanto de una cerveza y un cigarrillo, el olor a vida me llamaba, terminé mi cerveza y encendí otro cigarro mientras pensaba en lo que tenía que hacer; en la grave decisión que llevaba tiempo sopesando
El día había sido tranquilo; el trabajo no me había retenido hasta tarde como casi siempre y me pude permitir regresar a una hora relativamente temprana. La idea de llegar y encontrarla  despierta nublaba mi mente y me llenaba de dicha; planeaba en mi cabeza una noche romántica con vino que acababa de comprar   y placer; pensaba ingenuamente que con eso llenaría los vacíos que dejaba el trabajo entre nosotros.
Mi único escape a esa vida sin rumbo y a la vez con metas firmemente trazadas, era ella; llevaba años a su lado, el tiempo ya había hecho estragos en nuestros cuerpos y en nuestros corazones, pero aún así seguíamos juntos, la rutina se había apoderado de mí y a veces temía que esta vida que llevábamos ya no la hiciese feliz.
Por eso quería sorprenderla una fría noche de Martes.  Caminé desde el trabajo hasta casa con paso apresurado y sin pararme en ningún establecimiento pese a las luces de los rótulos que me llamaban con voz tentadora. Cuando llegué, preferí no llamar al interfono; una vez arriba, giré la llave despacio, procurando no hacer ruido con la intención de darle una grata sorpresa. Adentro las luces estaban apagadas; caminé a tientas por el pasillo y fui abriendo despacio las puertas. Al principio me aturdí cuando escuché los tenues gemidos que provenían de la habitación; la puerta de mi cuarto, de nuestro cuarto, estaba medio abierta, pude distinguir sus espaldas asomando a través de las sábanas blancas; pude verla durante unos segundos gimiendo y retorciéndose sobre los miembros de aquel desconocido; las manos de él le acariciaban la espalda en la misma cama que compartía con ella. No soporté más la escena, retrocedí unos pasos y fui tambaleandome hasta la cocina.
Iba por mi cuarta cerveza; la casa donde viví tantos años con mis padres y con mi madre cuando mi padre murió y con ella hasta que murió tambien y los objetos, los retratos, los recuerdos, los muebles, los libros, mostraban el aspecto inocuo de tantos años de compañía pero parecian ajenos por completo a mi persona; mirando mi entorno, intentaba reconocerlo en aquellas lineas y contornos y en aquellas amalgamas de sombras, y no lograba ubicarme; permanecí allí sentado hasta que perdí la noción del tiempo mirando las manchas húmedas de la pared, como si todos aquellos espacios pertenecieran a un mundo ajeno y extraño; a un sueño plagado de visiones extrañas y de incongruencias.
Tiré mi ultima colilla humeante al interior de la lata vacia y empuñando el cuchillo que reposaba en el mármol de la cocina, me encaminé de nuevo hasta la habitación; esta vez no me importó hacer ruido: abrí completamente la puerta y los vi allí. Estaban abrazados como dos seres que se aman, abrazados como solíamos abrazarnos años atrás ella y yo. El ruido de la puerta al abrirse les hizo percatarse de mi presencia. Recuerdo muy bien su expresión de sorpresa;  creo recordar que ella me miró a los ojos pero fue durante solo un segundo; recuerdo tanto su expresión de desconcierto y sorpresa como las últimas palabras entrecortadas que brotaron de su boca y que ahora me acompañan en las frías noches de esta celda húmeda. Todavía guardo su sonrisa guardada en el alma y su sangre seca en mi rostro. Ahora puedo decir que logré mi objetivo: finalmente pude sorprenderla una noche de Martes…

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