Espantapájaros

Fué una mañana funesta, veía como las aves de rapiña volaban en circulos emitiendo sonidos que podrían identificarse como risas burlonas tras haber arruinado mi cultivo, algunos permanecían posados sobre los brazos extendidos del muñeco, mientras las más atrevidas, ignorando mi presencia, proseguían su festín apurando los restos de mi cosecha. Entre graznidos secos y cavernosos se alejaron de mis rabiosos aspavientos dando por concluido su festín, su aleteo pintó el horizonte de negro y caí de rodillas viendo como todo mi esfuerzo había caído en saco roto, dejando como rastro un manojo de plumas desprendidas cayendo alrededor de mi rostro. 
Esa misma noche me entregué a la tarea de moldear el nuevo muñeco, con suma delicadeza, dibujé su rostro, mis manos moldearon su cráneo, perforé dos orificios enormes que simulaban ser unos ojos fríos y estáticos, su boca estirada no expresaba ninguna emoción y sin embargo, lucía implacable con su rictus de psicópata, clavé al muñeco en medio del campo y volví sobre mis pasos sintiendo que el muñeco cobraba vida caminando detrás mío, me giré por instinto alumbrando con mi linterna al producto de mi creación, pero la macabra figura seguía en su lugar, rígida e inmóvil; sólo la brisa nocturna mecía las telas desgastadas de su vestimenta.
A la mañana siguiente, salí de mi cabaña rodeado de un silencio lúgubre; las aves  permanecían inmóviles en las ramas de los árboles y los cables los postes, y ninguna de ellas se atrevía a acercarse; reanudé mi tarea y preparé los campos para una nueva cosecha antes de que llegara el cambio de estación, pero en ningún momento fuí capaz de mirar al espantapájaros. Cuando regresé a la caída del Sol, los cuervos seguían allí observando, y descubrí que eran los únicos seres con quienes había aprendido a comunicarme. 

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