Caminaba con suma cautela procurando no delatar su presencia; conocía el
alma de la fiera y sabía que ella nunca bajaba la guardia; siempre estaba
alerta y amenazante, sus afiladas garras podían despedazarle sin esfuerzo,
caminaba sigilosamente sin perder de vista su objetivo, aunque hubiesen
emergido monstruos del subsuelo mostrandole sus lenguas viscosas y lamiendo tu
cuerpo, no desviaría su atención, aunque se abrieran trampillas en el suelo y
surgieran de allí los mas repulsivos seres, como ratas leprosas, que intentaran
reptar por tus piernas desnudas, el seguiría su camino, era su prueba de
iniciación y debía mostrar su valía.
En cierto modo, compadecía a la pobre criatura pues era él quien había
usurpado su espacio, su cabeza y su dentadura le conferían un aspecto realmente
atroz, y se veía destrozado entre sus fauces, pero sin pensarlo, hundió su
lanza en la carne de la bestia, que rugió de dolor y cuando quiso darse cuenta,
la había ensartado repetidas veces, la bestia herida, emitía potentes rugidos
de dolor, pensó que jamás acabaría con ella, incluso cuando la vió allí
inmovil, porque sus rugidos seguían sonando en su mente. Había superado el
primer reto, ahora le faltaba asimilar que el tigre no había muerto, seguiría
rugiendo en su interior y viviendo a través de él.
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