Sueña por las
noches con un monstruo horrendo que le produce un pánico atroz, se despierta
sudorosa, con el corazón desbocado, sin apenas poder respirar y temblando como
un ciervo atrapado.
Ha sido una mala
noche, una noche de pesadillas, como tantas otras, ella está en el vestuario
del gimnasio secandose el pelo frente al espejo pensativa, recordando la última
pesadilla, y cuando se dispone a coger la mochila para irse, vuelve a verlo
delante de ella, es el ser que la persigue en sus sueños, pero ahora está
despierta, un grito ensordecedor resuena en lo más hondo de su ser, esta vez la
pesadilla es real.
Corre con el pecho a punto de explotar, el monstruo la sigue, no importa
lo rápido que corra, él siempre está justo detrás, siente su aliento en la nuca
que la abrasa como si fuera el mismo fuego del infierno. Mira hacia atrás
aterrada, tropieza y cae, llora en el suelo mientras el monstruo se acerca con
paso lento pero inexorable, el monstruo se detiene ante ella, pero cuando está
a punto de atraparla, queda inmóvil, congelado en esa misma posición, la chica
observa como el cuerpo del monstruo se vuelve traslúcido y como lentamente
comienza a disolverse hasta desaparecer.
Una densa cascada de color rojo carmesí se desliza entre las piernas de
ella empapando su ropa interior, incapaz de entender aún lo que le sucede, la
chica se levanta, mirando el extraño charco que se ha formado en el suelo,
signo de los cambios hormonales que ha comenzado a experimentar su cuerpo, ya
no llora, su visión de la realidad ha comenzado a cambiar, sin saberlo aún, ha
empezado a pensar como una persona adulta y los miedos de la infancia se
replegan silenciosos hacia sus escondites, pronto serán reemplazados por otros.
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