Blanco

Una joven mujer esperaba a su marido asomada a la ventana de su cabaña, el crudo Invierno avanzaba implacable y desde donde se encontraba sólo podía verse un manto de niebla cubriendo la nieve, la mujer llevaba horas mirando a través de esa pequeña ventana, esperando que se dibujara la silueta fornida de su marido emergiendo entre la bruma con la pieza que había salido a cazar pero el tiempo transcurría y todo continuaba igual.
Lo último que dijo él antes de partir fué: "No te preocupes, volveré pronto, tú manten la chimenea encendida" y desde que marchó, todo pareció ir de mal en peor: la temperatura descendió rápidamente, y la nieve lo cubrió todo, llegó la noche y ella seguía allí, esperando; el hijo que llevaba en su interior no cesaba de dar patadas, hubo un momento en el que creyó que el tiempo se había parado, que la noche y el día se habían fundido en un estado de ofuscación perpetua, pese a todo, pensó que debía tener la casa lista para cuando llegara su marido, los troncos de la chimenea se estaban consumiendo y pronto no tendría nada para seguir avivando el fuego, si ella moría de frío, la vida que crecía en su interior moriría con ella, siguieron pasando las horas, el temporal no cesaba y el fuego se estaba consumiendo, por lo que decidió salir a por leña: se puso toda la ropa de abrigo que le cabía encima, y con el hacha a cuestas, abrió la puerta, al hacerlo, una violenta ráfaga de aire la empujó hacia atrás, pero ella hizo acopio de fuerzas y emprendió su camino hacia los arboles cercanos cuyas siluetas alargadas apenas podían vislumbrarse a través de la niebla; marchaba encogida y a medida que avanzaba, iba hundiendose en la nieve. A los pocos metros perdió el pulso en sus piernas, la vista se le nubló, su hijo dejó de patalear, miró hacia atrás donde estaba su cabaña pensando en volver pero esta había desaparecido; sólo veía nieve por todas partes y esta empezó a engullirla gradualmente.

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