Toda la vida



Desmotivado por la rutina de su matrimonio, marchó una mañana de Domingo para evadirse y se despidió austeramente de su esposa avisando que regresaría a la hora de comer, pero su mente no albergaba el deseo manifiesto de regresar. Tras recorrer varios centenares de metros con la desídia en su semblante, paró frente a un puesto de reclutamiento ambulante donde un charlatán vehemente prometía grandes aventuras y exito social a quienes pusieran su firma o una cruz para embarcar rumbo al otro lado del océano.
Quince años estuvo de selva en selva sometido a las inclemencias de la naturaleza, pasando privaciones y sufriendo todo tipo de calamidades, disparando contra un enemigo invisíble y esquivando el azote de los insectos y de las enfermedades, y todo por una mísera paga.
Cuando regresó, era un hombre diferente; el tiempo y la dura vida en el ejército le habían moldeado con el firme pulso de un herrero dibujando surcos y trazos imborrables de cicatrices físicas e interiores. Plantado frente al portal de su casa con sus escasos pertrechos a cuestas, se sorprendió al ver la puerta abierta y escuchar la dulce voz de su mujer diciendole:
-Te estaba esperando: la comida ya está lista...
Estremecido de emoción, se precipitó hacia el interior de la casa y abrazó a su esposa con todas sus fuerzas; era tanta su felicidad que la plenitud de sus mejores recuerdos languidecía ante aquel momento; ella le había reconocido al instante, y estaba tal y como la recordaba; era como si no hubiesen transcurrido los años, su piel y su rostro conservaban toda su frescura y juventud ¿Cómo pudo abandonarla cuando lo que deseaba en realidad era estar toda la vida a su lado?
Cuando este pensamiento fluyó de sus labios con pasión sincera, un intenso escalofrío recorrió todo su cuerpo; el aroma de la comida recien horneada se convirtió en olor a humedad y abandono, la luz que entraba por las ventanas se transformó en oscuridad tapiada, los muebles se llenaron de polvo y las telarañas comenzaron a inundarlo todo.
Dió un brusco respingo al descubrir que estaba abrazando a un montón de huesos resecos y que la cálida sonrisa de su amada esposa era la mueca burlona y perpetua de una calavera, miró sus manos y vió que su piel se estaba empezando a caer; aterrorizado, se llevó las manos a la cabeza y estas agarraron una densa mata de pelo desprendida, jadeaba intentando respirar inútilmente, sus ropas se habían convertido en un amasijo de tela raída, su piel se le caía a jirones; en pocos minutos quedó reducido a huesos. Su esposa había fallecido quince años atrás de pena y desesperación al ser abandonada y él había cumplido su deseo: estar toda la vida a su lado.

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