Cera

Los mejores maniquíes que jamás se han visto lucían en poses vanidosas llevando las prendas más exclusivas del mercado, tanta era la perfección y el realismo de aquellas figuras de cera que superaban con creces la fama de la pequeña tienda donde se exhibían; una fama transmitida durante generaciones. Preguntado en una ocasión el sucesor del blasón familiar sobre la procedencia de los maniquíes, este declaró que eran de fabricación propia y como los mejores maestros de ofício, sólo revelaría el secreto a su heredero. Quienes, tras recorrer el intrincado laberinto de calles estrechas que conforman el centro histórico de la ciudad, hallaban aquel lugar que parecía atrapado en el tiempo, solían quedar cautivados ante la solemne belleza de aquellas obras de arte; tal era su fascinación por las figuras que posaban inmóviles tras el escaparate que olvidaban de inmediato las exquisitas piezas de tela que eran el objeto manifiesto de la exposición.

La procedencia del fuego que prendió la parte baja del edifício sigue siendo un misterio; se especula con los efectos de una sobrecarga en el viejo y deteriorado circuito eléctrico, hipótesis que compite con otras más descabelladas surgidas a raiz del macabro hallazgo registrado por las autoridades mientras se sofocaba el incendio: las llamas crepitantes palpitaban rabiosas como un monstruo hambriento devorando todo cuanto encontraba a su paso, y cuanto más se alimentaba, mas crecía su tamaño. Las primeras descargas de agua sólo sirvieron para engordar las llamas, hecho común en todo incendio cuando se encuentra en su cenit, pero tras dirigir el chorro de forma persistente sobre la base del fuego, este fué debilitandose gradualmente hasta quedar reducido a un moribundo tapiz de brasas húmedas y sobre ellas, alzandose como representaciones mortales del inframundo, posaban las estatuas del escaparate con la tela de sus vestidos chamuscada y la cera derretida formando goterones petrificados. Fué de esta lóbrega desnudez de donde afloraron los secretos tan celosamente guardados por sus creadores: huesos ennegrecidos y cráneos humanos al descubierto asomaban desde las horrorosas mazmorras del tiempo clamando mudas por sus almas cautivas. 

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