Agua



La oscuridad era un libro mudo y cerrado, el poco aire que respiraba era denso y viciado, saturado de vapores que adormecían los sentidos, sin embargo las paredes estaban húmedas, resbaladizas, y el suelo crujía bajo sus pasos. Empezaba a imaginar el brillo de las perlas y del oro caribeño en sus manos cuando le hizo estremecer un alarido aterrador lejanamente humano, era su socio el que gritaba y su voz resonaba en las paredes de piedra como los impactos de un martillo.
La luz de la linterna bailaba en la oscuridad, intentó acelerar el paso, y cuando el olor a sangre y vísceras inundó sus fosas nasales, la linterna encontró sus restos, primero un brazo, aferrado a una linterna, después las piernas, amasijos palpitantes de carne desgarrada como sacos de carne. El destello errático de la linterna encontró su tronco atrapado en las fauces de un ser descomunal, deforme, una criatura a la que no pudo identificar. Dió media vuelta y volvió sobre sus pasos. Su única salida era internarse por el túnel y apostar todas sus bazas a que su instinto le guiara hacia la salida. El haz de su linterna danzaba desbocada sobre las paredes, sus pasos precipitados tropezaron con todo tipo de obstáculos, las lágrimas se agolpaban en sus corneas y la desesperación ahogaba sus pulmones. Una pared de piedra detuvo su huida, se dejó caer a un lado y oyó el chasquido de un  tobillo al quebrarse. Intentó ponerse en pie, quiso correr, tirando de su pierna inerte, tanteando la pared para avanzar. Un aliento cálido y amenazador erizaba su nuca y cuando creía que todo estaba perdido, el pasadizo desapareció, cayó al agua y empezó a hundirse. El corazón le dio un vuelco y su cuerpo recuperó nuevos bríos. Había llegado al final de la gruta, solamente le restaba nadar, bucear fuera de allí y ascender hacia la superficie, pero le faltaba oxígeno y había perdido la linterna...Agitó los brazos y sólo la suerte quiso que no tardara en encontrar la abertura en la roca que salía de la cueva. No le quedaba mucho tiempo, sabía que pocos metros después encontraría el mar abierto, y si los pulmones se lo permitían, también la barca. Nadó con todas sus fuerzas para no desfallecer, apenas le quedaba aire y el conducto parecía no terminar nunca, la luz que titilaba al fondo parecía demasiado lejana, sus pulmones contraídos eran presa de convulsiones, la cabeza le daba vueltas, perdía la visión, así como las energías para seguir braceando en lugar de rendirse al instinto y abrir la boca para dejar que entrara el agua.

Había llegado al borde de la abertura cuando una mandíbula lo alcanzó aferrandose a su pie y arrastrandolo hacia el fondo. Sus ojos se fueron nublando, fijos en la sombra gris de la barca que ondeaba en la superficie. Dos zarpas afiladas desgarraron su vientre, lo último que escuchó fue el crujido de su propia medula astillándose al ser troceada. Su cabeza se desprendió de su cuerpo, dejando tras de sí un reguero de sangre que parecía jugar con la corriente, y lo que quedó de él acabó aflorando a la superfície con su brazo rígido flotando hacia la barca que nunca consiguió alcanzar en vida.

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