La herencia



No salía nunca de casa, siempre fué una niña muy frágil, y siempre tuvo la figura protectora de su madre flotando sobre ella. Un día, su padre se puso enfermo, y vió como mamá le cuidaba. Pasaron los días y en lugar de curarse iba empeorando su estado, cada vez se encontraba más débil, hablaba menos con ella, pasaba más tiempo en la cama...Hasta que un día vinieron unos hombres con chalecos reflectantes cargados de aparatos, lo llevaron en camilla hasta una furgoneta en cuyo techo giraba un embolo luminoso...y no volvió a verle más. Mamá prometió que cuidaría de ella pero cada vez estaba más débil, cada día dormía más y apenas podía mantenerse en pie, al igual que había sucedido con su padre. Un día, la sopa estaba tan asquerosa que no pudo evitar decírselo a su madre, esta reaccionó con ira ordenandole que comiera y la pequeña arrojó el plato esparciendo su contenido por el suelo. Su madre, contrariada le reprendió con violencia, lo que le causó pavor pues nunca antes había experimentado esa reacción en manos de su progenitora. Escapó y se encerró en el baño, y mientras aporreaban la puerta, se vió en el espejo. Su cara estaba totalmente pálida, sus ojos parecían hundirse en la cara y de su gran melena se habían desprendido varios mechones. Mamá abrió con su llave la puerta del baño y le dijo: Tranquila…no te preocupes, toma tu muñeca…
Ella cogió la muñeca a través de la puerta entreabierta y sonrió al ver que sus pestañas de nylon parpadeaban al tiempo que movía su boca hablandole:
-Tu madre te quiere matar, hazme caso y mira en la cocina, encontrarás un frasco en la misma estantería donde guarda la sal, es un gotero que mezcla en tu comida para que te sientas debil. Te digo esto porque eres una niña adorable y te quiero.
Los siguientes días ideó un truco para evitar la comida sin que su madre lo advirtiera: retenía una pequeña cantidad en la boca sin tragar y cuando se llevaba la servilleta a los labios, escupía la comida en la servilleta volcandola luego sobre su regazo. A media comida, buscaba una excusa para ir al baño y lo vertía todo en el sanitario. En cada comida debía repetir dos veces la misma operación y a medianoche se levantaba de la cama, caminaba a hurtadillas hasta la cocina y se hartaba de bollos. Poco a poco, su piel iba recobrando el color rosaceo, sus ojos volvían a brillar y su pelo recuperaba su fuerza.
Una mañana vió a su madre más inquieta y distraida que de costumbre, no paraba de hablar por teléfono, iba de un lado a otro con un vaso alargado en la mano que vaciaba y volvía a llenar de forma compulsiva, hablaba en tono enfático usando palabras altisonantes y mencionaba sin parar la palabra herencia mientras chocaban los cubitos de hielo en el vaso.
Pensando que había llegado la ocasión propicia, la niña corrió a la cocina y se encaramó a la estantería para coger el frasco maldito, caminó sigilosamente hasta el salón y vació todo su contenido en el vaso y con su muñeca en brazos, se sentó en el suelo frente a su madre y se puso a esperar observandola con atención.
Al rato, vió como su madre caía al suelo retorciendose de dolor y gimiendo entre dientes, luego comenzaron las convulsiones, un chorro de espuma brotó de sus labios deslizandose por sus comisuras y cuando quedó inmóvil sus ojos entrecerrados parecían mirarle con una muda expresión de reproche.
El pelo de la muñeca se había enredado alrededor de su cara y con sus dedos delicados deshizo la madeja liberando su párpado basculante para abrir su ojo frío de cristal y mirar el vacío a través de su iris transparente. Un dulce y penetrante aroma de bollos recien hechos le adormeció y soñó que cruzaba un puente de madera dorada para reencontrarse con su padre en el parque de atracciones donde solían jugar a los caballitos y por unas horas, volvió a recuperar su infancia.

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