Allí estaba yo, buscando
desesperadamente la salida, como tantas otras veces, él me había guiado hasta
allí, bloqueando mi mente y extraviando mis pasos, era un juego al que me tenía
acostumbrada. Todas las sombras a mi alrededor habían encarnado bajo formas
distintas y caminaban hacia mí, respiré hondo pensando que la imaginación me
estaba jugando una mala pasada pero las sombras seguían acercándose
amenazantes, fue entonces cuando percibí aquel profundo silencio que paraliza
el cuerpo y enfría el alma y desde el fondo del lugar, en lo más oscuro y
profundo del cementerio pude ver a ese elegante hombre, reconocí esa blanca y
pálida piel que tantas veces me sedujo, parecía como si me sonriera con una
expresión triunfante y esos ojos sin brillo me hicieron entender que era el
momento de reaccionar y fue entonces cuando se dispararon mis resortes y salí
disparada, buscando la salida entre ese laberinto de tumbas, entonces noté que
las sombras habían quedado inmóviles, como acechando. Corrí como siempre lo
hago al huir de él, desde que le abrí la
puerta dejandolo entrar en mi vida a través de esa tabla de madera, bendecida
con tierra de panteón y el abecedario tallado en su superfície, ese fue el
momento en que entró. Sólo la impresión del primer encuentro hizo que me dejara
engañar por su agradable apariencia y extremada elegancia, hasta que descubrí
quien era, y entendí tambien que su mejor estrategia consistió en haberme hecho pensar que no existía, pero se
que está ahí, buscando cualquier debilidad, esperando que vuelva a abrirle la
puerta.
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