Una sacudida súbita me despierta, algo me dice que esto no es un temblor
cualquiera...El techo se desprende un avispero de grietas se abre paso a través
de las paredes, los ladrillos saltan despedidos, el suelo se inclina. Los
espacios se mezclan en formas confusas y llenas de caos, aun así un instinto
casi animal me indica hacia donde debo ir.
Voy caminando a través de un páramo desolado, cubierto por un cielo gris
y apagado. El eco de millares de voces acude a mi mente. Junto con estas voces,
puedo oír el sonido producido por nubes de insectos que revolotean a mi
alrededor. Siento el aleteo de las aves carroñeras que sobrevuelan mi cabeza,
pero nada importa: debo seguir mi camino.
Ahora reina el silencio, no hay más voces, no hay mas miradas, nada,
solo silencio a mi alrededor. Siento que mi viaje ha terminado cuando el aire
se hace más nítido y un rayo de luz diurna golpea mi cara. Mis manos
ensangrentadas y doloridas dejan de escarbar entre los escombros que sepultaban
mi cuerpo y grito con todas mis fuerzas al ver el destello de una sirena
acercandose a través de las ruinas.
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