Candelaria



Caminaba por las solitarias calles en dirección a mi casa cuando me crucé con ella, era avanzada la noche y no esperaba encontrarme con nadie, y menos aún a una mujer joven paseando sola como si tal cosa. En el momento en el que ella pasó junto a mí, me cautivó su belleza de tal manera, que incapaz de disimular mi admiración, hice algo que no entraba en mi dietario: paré frente a ella y como si estuvieramos a pleno día, le dediqué un sonoro cumplido. Ella insolitamente reaccionó con un gesto mudo de aceptación invitandome a que la acompañara en su paseo. No era una prostituta, de eso me dí cuenta en seguida, pero tampoco se trataba de una mujer normal, y eso fué lo que me fascinó desde el primer momento. Mas tarde, me atreví a preguntarle su nombre. Ella me dijo que se llamaba Candelaria, y fuimos entrando en conversación: le pregunté qué hacía por ahí sola a esas horas, ella me dió una respuesta tan enigmática que me dejó mudo, dijo que había huido de su confinamiento deslizandose por la torre. Al ver la profunda tristeza que anidaba su rostro, la rodeé con mis brazos y la abracé fuertemente. Así fué como me dí cuenta que su cuerpo estaba helado pese a su vestido largo y a la cantidad de ropa que llevaba para la epoca del año en que estábamos. De buena gana le habría ofrecido a arroparle de no ser porque yo iba en mangas de camisa.
Candelaria era tan bella como misteriosa, a duras penas lograba entender lo que me decía, usaba expresiones que no había oido nunca y parecía sumida en una permanente melancolía. Después de un rato conversando, me ofrecí a llevarla hasta su casa e insistí en quedarme esperando hasta que ella entrara por la puerta. Ella me dijo que si sus padre me veía cuando se abriera la puerta, acabaría colgado de un gancho, así que me suplicó que me marchara. Pese a que ya me estaba costando tomar en serio sus palabras, accedí con desgana y mientras me alejaba, me giré para ver como traspasaba el portal pero ya no quedaba rastro de ella; pensé que habría entrado con suma rapidez por su sentido de la precaución, pero esto me permitió apreciar con detalle las características del lugar que iba dejando atrás, lo que me dejó completamente perplejo: se trataba de una mansión de tres plantas, grandes ventanales y torres a ambos lados. Pese a que no suelo ir dando rodeos a las cosas, aquella noche me estuve formulando muchas preguntas.
Transcurrieron varios días, y los deseos que tenía de volver a verla acabaron imponiendose a lo que mi sentido común me ordenaba. Dí vueltas y más vueltas al lugar sin localizar la casa, lo que me llevó a ir preguntando aquí y allá si alguien conocía una casa de las características descritas por mí, donde vivía una joven llamada Candelaria que vivía con su padre quien la tenía confinada en una torre.
Como era de esperar, hubo quien se negó a responderme tildandome de loco, otros reaccionaban con violencia contenida, pensando que les tomaba el pelo, o que tramaba algo para confundirles y mientras tanto robarles. Pero ya estaba a punto de darme por vencido, cuando para mi sorpresa, una anciana que regentaba un puesto de golosinas me contó una historia que me puso los pelos de punta:
Candelaria había sido una hermosa y extraña joven que vivía con su padre a comienzos del pasado siglo, este la tenía encerrada en un sótano porque no podía ver la luz del día, decían que se alimentaba de sangre, por eso su padre salía cada noche en busca de victimas que solían ser vagabundos a quienes engañaba ofreciendoles una suculenta cena en su casa. Cuando lograba adormecerlos a base de licores, se los llevaba al sótano y colgados boca abajo de un gancho, les cortaba la garganta para saciar la sed de su hija. Cuando esta alcanzó la pubertad, su padre cayó victima de una larga enfermedad que lo tenía postrado durante largas temporadas. Pero esta ya había encontrado el modo de aflojar sus cadenas y salía de noche buscando aplacar por sí sola su apetito. Entraba en las casas trepando hasta la ventana y sin que nadie la oyera, daba cumplida cuenta de sus victimas.  Las autoridades comenzaron a preocuparse porque habían comenzado a morir niños y las gentes de la zona señalaban al dueño de la siniestra casa como responsable, pero este era un hombre poderoso, de gran reputación y sin pruebas no podían acusarle.
Una noche, cuando regresaba de cacería, su padre la sorprendió entrando por el portal con la sangre aun fresca deslizandose por sus comisuras. La golpeó con fuerza y arrastrandola por los pelos, la llevó hasta una de las torres y la dejó allí doblemente encadenada.
Debilitado por el esfuerzo, el hombre se retiró a su lecho y cayó en un profundo sueño del que nunca despertó mientras su hija agonizaba en lo alto de la torre retorciendose de rabia y devorandose a sí misma para soltarse las cadenas.
Cuando entraron por fín en la casa, solo encontraron los restos oseos del dueño en su lecho de muerte. Ni rastro de la joven de quien tanto se rumoreaba porque mientras unos decían que había muerto junto con su madre mientras daba a luz, otros afirmaban que había sobrevivido al parto, que llevó una breve y atormentada existencia y que acabó convertida en un espíritu maligno.
Incluso después de oír esta horrible historia, seguía negandome a creer que la muchacha que había conocido unas noches antes fuese lo que me habían descrito. Para aclarar mis dudas, volví a reproducir paso por paso el recorrido de días atrás y llegué al lugar exacto donde me despedí de ella. Ya había pasado por delante varias veces, sin reparar en el detalle de que la extraña mansión era un edifício de oficinas perteneciente al consistorio; habían respetado parte de la fachada por su valor histórico, el resto era un edificio moderno y anodino.
Aquella misma noche, creí ver el rostro palido de Candelaria a través de la ventana de mi habitación, parecía levitar en el aire, y con su mano golpeaba suavemente el cristal, suplicandome que la dejara entrar. Desde entonces, la he sentido observandome varias veces desde la ventana, pero no me atrevo a mirar. Admito que siento miedo, pero se que al final acabaré cediendo porque he aprendido a aceptar lo inevitable, así que la proxima vez que ella regrese, abriré la ventana y la invitaré a entrar porque he comprendido que la vida sin Candelaria no tiene ningún sentido.

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