Llevaba horas
escuchándolo; ese maldito sonido que parecía provenir del más allá. Se quedó
ahí parado, totalmente petrificado por el miedo, mirando a todas partes sin ver
nada en concreto. Su cuerpo comenzó a producir un sudor frío que empapaba su
espalda deslizandose por su rostro. Cuando logró moverse comenzó a caminar
penosamente buscando la seguridad de su habitación. Al entrar, cerró la puerta
trás de sí y se dejó caer en la cama, hundiendo su rostro en la almohada
mientras ese sonido diabólico retumbaba en su cabeza.
Cuando abrió los ojos, no
pudo dar crédito a lo que veía: toda su cama estaba repleta de insectos
negruzcos, que se movían agolpandose unos contra otros formando capas
superpuestas de un sólo ente organico que parecía dispuesto a devorarle. Su
mente se llenó con los zumbidos provenientes de aquellos bichos que taladraban
sus tímpanos penetrando en su cerebro. En lo más recóndito, sabía que todo
acabaría tarde o temprano, por eso, tras
llevar varias horas encogido sobre sí mismo, levantó la mirada y miró a su
alrededor deleitandose con el silencio y la calma reinantes. Pero notaba la
boca seca y pastosa y un ansia de alcohol insaciable recorría de nuevo su
garganta.
Envuelto entre temblores,
comenzó a registrar la habitación, buscando debajo de su cama y entre los
montones de ropa súcia que atestaban los rincones esperando encontrar la botella que había
dejado sin terminar y deseando que esta conservara la cantidad de líquido
suficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario