La presa



Acababan de salir del cine, y en el breve camino que distaba del centro comercial a su urbanización, vieron que un grupo de gente se comportaba de forma extraña: unos parecían caminar como si estuvieran borrachos, otros huían sin rumbo fijo, había unos peleandose sin motivo aparente, pero eso no eran peleas callejeras al uso: se trataba de gente corriente que había quedado rezagada en su huída y que eran rodeadas por las hordas de borrachos, quienes espumeando de ira, la emprendían a mordiscos con ellos.
Se quedaron petrificados, incapaces de entender lo que estaba sucediendo, uno de los cuerpos tirados en la acera se levantó, ensagrentado, y comenzó a caminar torpemente entre convulsiones. Todo había sucedido tan rápido que no habían tenido tiempo de reaccionar. Como su casa no estaba lejos, aceleraron el paso y cerraron la puerta detrás suyo mientras aquellas criaturas deambulaban afuera.
No tardó en oscurecer, la calle parecía desierta cuando vieron llegar a sus padres a través de la ventana del salón. Aparcaron su coche a un lado de la calle y salieron confiados cruzando el jardín como si nada sucediera. Entonces aparecieron los monstruos, con su caminar torpe, como surgidos de la nada. Les rodearon y comenzaron a atacarles. Trataron de advertirles desde dentro, gritando y golpeando los cristales, pero la situación era tan absurda y confusa que nada pudo frenar lo inevitable: comenzarón a morderlos por todas partes, les arrancarón las entrañas y se enzarzaron en un caotico festín disputandose vorazmente el flacido amasijo de cuerdas que bailoteaba sobre sus cabezas.
Transcurrieron las horas y la calle se fue llenando de aquellos seres; acudían de todas partes tambaleandose. Llevaban horas pegados a la ventana, observando y empañando los cristales con su aliento y la oscuridad reinante acrecentaba la confusión pero claramente podían reconocer a varios vecinos suyos entre las figuras tambaleantes. Entretanto, sus padres parecían haber regresado directamente del infierno, los vieron levantarse y acercarse hasta la puerta, apenas avanzararon unos metros ya fue suficiente para poder distinguir sus estómagos desgarrados mostrando un gran hueco rojizo como si hubieran sido devorado por una manada de lobos; sus extremidades estaban carcomidas, con parte de los huesos al descubierto, era imposíble que vivieran en ese estado, aun así, llegaron caminando hasta la puerta y comenzaron a aporrearla. Un número creciente de seres les imitaron, el enjambre no paraba de crecer. Los dos jóvenes sabían que la puerta no aguantaría mucho, estaban atrapados, sin salida. No tardaron en comprenderlo: era el aroma de sus organos  y de su carne viva lo que atraía a aquellos seres. Recordaron que las ventanas se podían romper si alguien comenzaba a golpearlas, si una de ellas cedía, comenzarían a entrar en tropel; uno entraría y le seguirían los demás dispuestos a empezar su banquete. Atrapados en una celda de pánico, los dos hermanos apenas podían moverse, era el miedo de la presa acorralada, la perdida del instinto de conservación.

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