Se encontraba fatigada, y al
borde del desmayo cuando se desplomó sobre la cama; los parpados le pesaban,
sus piernas parecían de plomo y la cama se volvía una fina nube de algodón bajo
su espalda, el desfallecimiento que sentía era total, el sueño no tardo en
reclamarla.
En el umbral de su
habitación, destacándose sobre la oscuridad circundante, parecía delinearse una
silueta masculina, una sombra bañada por el negro más absoluto. Ella intentó moverse y no pudo, intentó gritar
pero su garganta parecía amortajada; solo podía observar aterrorizada con la
esperanza de que aquello no fuera más que un sueño. La figura estiró un brazo
hacia ella, dicho miembro terminaba en una especie de mano huesuda y deforme
que sólo podía describirse como una temible garra; ella sudaba, intentaba
moverse y gritar en vano, viendo como el ser oscuro se acercaba cada vez más y
ella, al verse atrapada, comenzó a rezar con la esperanza que aquello
desapareciera, su corazón latía desbocado, el aire aporreaba sus pulmones, su
cabeza daba vueltas, lentamente fué llegando la calma y con ella el silencio...
Al día siguiente, cuando
regresó su marido, entró en la habitación y se quitó la ropa como de costumbre,
y viendo a su mujer postrada sobre la cama, extrañamente inmóvi, decidió
cumplir con su rutina diaria sin prestar mayor atención a los hechos, pero
cuando se dió la vuelta para abrazar a su esposa, la sintió extrañamente fría
al tacto y completamente rígida. No fué hasta ocho horas más tarde cuando
descubrió que su mujer había muerto poco antes de acostarse por una sobredosis
de calmantes.
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