Una noche de Verano, un
grupo de niños decidieron irse al pueblo vecino que estaba en fiestas pero para
ello tenían que atravesar el terreno del camposanto que compartían ambas
localidades y que se hallaba justo a mitad de trayecto.
Cuando habían avanzado un
buen trecho, oyeron el sonido de unos pasos apresurados a sus espaldas. Era el
hermano menor de uno de ellos, le dijeron que
volviese a casa pues no querían cargar con críos y éste se negó en
rotundo, por miedo a volver solo en medio de la oscuridad. Entonces decidieron
idear un truco para despistarle: al llegar a la altura del cementerio fingieron
que acordaban jugar al escondite: uno de ellos empezó a contar hasta cien y los
demás se dispersaron a lo largo y ancho del recinto, lo que animó al pequeño
del grupo a imitarles y a buscar un escondite creyendo que los demás estaban haciendo
lo mismo.
Transcurrido el tiempo
acordado, los chicos se reunieron dejando a éste solo en mitad de la noche. No
pudieron evitar reírse de lo fácil que había sido todo, pero cuando iban a
reemprender el camino, oyeron un grito desgarrador... primero pensaron que se
trataba de un coyote pero cuando escucharon el mismo grito por segunda vez, lo
identificaron en seguida y esto les hizo reaccionar: estuvieron buscando al
niño por todas partes, gritaron su nombre, dieron vueltas y más vueltas
alrededor del cementerio hasta que uno de ellos descubrió con terror que el
cuerpo del pequeño se encontraba en una de las fosas que acababan de abrir el
día anterior: tenía la cabeza reventada, los huesos de las piernas y de los
brazos partidos y vueltos del revés, los ojos abiertos y dilatados por el
pánico y la boca abierta en una expresión grotesca.
Los chicos empezaron a
correr presos del pánico y cuentan que sus gritos pudieron escucharse en
quilómetros a la redonda, su hermano mayor, acabó siendo internado en un psiquiátrico
pues decía que el alma del pequeño difunto se le aparecía en la habitación, los
restantes chicos de la pandilla no corrieron mejor suerte, pues aseguraban que
durante la noche oian gritos identicos a los que sonaron aquella noche en el
cementerio, la mayoría de ellos se siente culpable por haber propiciado la
muerte de aquel niño y creen que es el precio que deben pagar hasta que su alma
encuentre el camino y pueda descansar en paz.
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