El duende



Algo la despertó a media noche, era una extraña voz que murmuraba obsesívamente su nombre. Amy abandonó su claustro y salió caminando por los oscuros pasillos del internado, el viento aullaba rabiosamente a través de los tragaluces y en la penumbra de los ventanales y techos abovedados, esa voz tétrica y fantasmal parecía cada vez más cercana, Amy recorrió el vetusto edifício como un pequeño y sigiloso fantasma en camisón hasta llegar al pie de la torre maldita. Esa torre era un lugar prohibido para las jovencitas del internado y nunca se explicó la causa, se rumoreaba que allí vivía un duende. La puerta se abrió chirriante, y con suma cautela, Amy se dispuso a entrar. Subió la escalera de caracol guiada por esa misteriosa voz que la llamaba por su nombre y llegó a lo alto de la torre, donde se encontraba el campanario, miró a través de la ventana de la torre escudriñando el exterior y apenas distinguió la masa oscura de los árboles agitándose por el viento como seres lúgubres retorciendose de dolor,   rozó la soga de la campana involuntariamente, lo que provocó un leve tañido que le hizo brincar del susto, Amy retrocedió hasta la pared y los vellos de su piel se erizaron cuando sintió que su espalda había tocado algo, dió un respingo y se giró lentamente, paralizada de miedo, de entre la negrura, una manada de palomas despertaron sobresaltadas y comenzaron a revolotear sobre ella, haciéndole perder el equilíbrio. Lo que pudo ver desde el suelo fué el rostro de una joven semioculto por una mata de pelo salvaje que le miraba con ojos extraviados. Ahora pudo escuchar con claridad la palabra que aquella boca de dientes afilados pronunciaba una y otra vez con enfasis creciente: no era su nombre, Amy lo que brotaba de aquellas comisuras deformes, lo que decía: era: "hambre"

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