El reencuentro fué
breve, tan fugaz como inesperado; después de tan larga ausencia, ella llamó a
su puerta, llegó trémula y quimérica, como si algo agitara su interior y
anudándose a su abrazo. Dulce fué el beso y amargo el sabor que dejó en sus
labios cuando la vió descender las escaleras con paso furtivo y sin mirar
atrás, dejándole la sombra de la despedida y una canción de estrofas
silenciosas.
Entonces sonó el
despertador, él se reincorporó y miró a su alrededor, poco a poco fué
recuperando la conciencia y los recuerdos acudieron a su mente: toda la
habitación, era un museo dedicado a ella, había intentado retener su presencia
atesorando sus objetos, aferrandose a su recuerdo, negando la realidad, pero
ella no iba a volver y lo sabía, el coche en el que viajaba se la llevó
apartandola para siempre de su lado.
Apareció de nuevo el
vacío, como cada mañana, como cada momento de lucidez y cayó desvanecido
doblándose sobre su gélida tristeza. Lloró desde el interior deseando unirse a
ella dondequiera que se encontrara. A veces, los fantasmas se aparecen en
nuestros sueños, y lo hacen con una apariencia tan carnal, tan palpable, tan
intensa, que son imposibles de distinguir de los vivos...
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