Regreso a casa intentando contener mis
lágrimas mientras brota de lo más hondo de mi ser un grito desgarrado. En estas
últimas horas de vida voy a prepararme para emprender mi último viaje para el
que sólo tengo un billete de ida. Llego a mi casa, abro
la puerta y entro. Dejo el bolso en el suelo, entro en el baño , abro el grifo
de la bañera empiezo a desnudarme, dejando la ropa doblada y a un lado.
Desnuda, me meto en la pequeña bañera, porque he tomado una decisión. Voy a dar
fin a mi vida, esa es la solución. Tengo miedo a lo desconocido, pero más temo
al presente y al futuro que me aguarda agazapado. Estoy en un túnel sin salida.
Si vuelvo atrás, a mi existencia desgraciada, no encontraré la luz al final del
túnel, sino una pared contra la cual golpear mi cabeza con desesperación y si
decido seguir adelante, corro el riesgo de acabar en un infierno peor que aquel
que intento dejar atrás. La elección está en esas manos que sostienen la hoja
de afeitar. Esa hoja afilada grita, pidiendo ser usada, el diablo la puso en
mis manos para cumplir esta noble misión. Mi parte conciliadora suplica con
desespero pidiendo un aplazamiento pero mi instinto me dice que no hay tiempo,
que ya se han agotado todos los plazos.
El momento está
cada vez más cerca. Oigo a la muerte susurrándome al oído, prometiéndome una
paz que nunca he conocido. El frío que desprende su presencia me incita a
actuar con silenciosa rapidez. Las dos sabemos que mis padres llegaran en
cualquier momento, impidiéndome consumar mis planes. No lo puedo demorar más.
La afilada hoja tiembla en mi mano, tengo por primera vez un asomo de duda.
Intentando no pensar en lo que hago, tomo aliento, aprieto los dientes y
presiono una cuchilla contra la piel de mi muñeca izquierda. Del corte empieza
a manar sangre de color granate. Ya está hecho, ya no hay vuelta atrás, se
acabaron la angustia y el sufrimiento. La sangre es un manantial constante que
fluye a borbotones, en pocos minutos perderé la conciencia y todo habrá
acabado. Siento mi mente cada vez más nublada, mi cuerpo cada vez más débil, la
oscuridad se va adueñando de mi entorno. Como una vela derretida, mi luz se va
consumiendo, entonces, sin apenas esfuerzo, mi alma se desprende de mi frágil
cuerpo físico y emprende el camino que a todos nos toca recorrer tarde o
temprano, avanzando con sigilo para encontrarse con su destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario