No recuerdo



En mi mente todo es confuso. Lo primero que recuerdo, fué aquella mañana, justo al abrir los ojos. Estaba encogido tenía frío. Al despertarme, me envolví en las mantas pero ya no pude conciliar el sueño, así que me levanté y bajé a desayunar. Mi madre me recibió con una sonrisa y me sirvió el desayuno. Pasó la tarde en un suspiro y al caer la noche, cenamos en silencio las sobras del mediodía. En la cama de nuevo, seguía sin poder dormir, y no me atrevía a apagar la luz. Aunque era bien consciente de que el intruso no aparecería de debajo de la cama o del interior del armario, los miedos de la infancia ya habían quedado atrás, sin embargo, no podía sacudirme de la cabeza el hecho de que yo era la única persona que lo había visto y que nos debíamos encontrar tarde o temprano. Aún así, me sentía ridículo, de modo que acabé apagando apagué la luz y me tumbé, obligándome a mí mismo a cerrar los ojos y a dormir. Tardé en conciliar el sueño, pero al final lo logré.
Flotaba entre humo, nieblas y espesas nubes grises no podía despertarme, me encontraba preso en aquella dimensión. Poco a poco fui sintiendo el tacto de mi cuerpo al percibir la almohada bajo mi cabeza y mi cuerpo entre el colchón y las mantas. También noté uno de mis brazos colgando fuera de la cama. A pesar de esto, todavía no había despertado del todo, y no lograba entender qué me había atrapado allí. Cayó la primera gota sobre mi rostro. Aterrizó en mi mejilla. La sentí deslizarse en mi cara, trazando el contorno de mi rostro hasta deslizarse por mi cuello. La segunda gota se posó en mi frente,  ésta resbaló en el sentido contrario,  y cayó sobre la almohada. No era agua. Era un líquido más espeso y caliente. Por entonces no tenía ninguna duda de no estaba solo. Otra gota más se escurrió por  mi cara, trazando su contorno para entrar en la comisura de mi boca. Noté su sabor amargo y, calido...Sangre Sangre. La puerta de mi cuarto había quedado abierta. La luz del pasillo encendida. Un cuerpo yacía en el suelo, la puerta parcialmente su visión pero pude reconocerlo: era mi madre, y no tenía cabeza. Logré incorporarme entre espasmos: una figura alta y delgada aparecía reflejada en el espejo del armario. Su rostro desencajado y sus ojos extraviados eran la viva expresión de la locura y por sus mejillas corría un reguero viscoso;, su cabello negro era un remolino de mechones agitados, vestía un pijama empapado en sudor y sangre. El brazo derecho le colgaba en un costado, con la mano empuñaba un gran cuchillo cubierto en su totalidad por sangre negra y espesa.
Alcé la mirada para observar la fuente de aquel contínuo goteo rojizo...y ví la cabeza de mi madre colgando de una cuerda en el techo...mientras yo estiraba el cuello, ví que la figura del espejo repetía exactamente el mismo gesto.

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