Sucedió hace muchos años,
justo al quedarme huerfana en mi adolescencia. Era una noche lluviosa y yo leía
un libro sentada en el salón cuando empezó a sonar el teléfono. Extrañada
porque nadie solía llamar a esas horas, descolgué el aparato y pregunté quien
era, pero nadie respondió. Unos instantes después, el teléfono volvió a sonar
con la misma insistencia.
Cuando me dispuse a
cogerlo de nuevo, y ví que no había nadie al otro lado, subí a mi habitación y
me encogí en la cama esperando que transcurrieran las horas entonces volvió a
sonar el teléfono con aquel mismo timbre odioso y estridente. Harta y decidida
a superar el miedo que sentía, volví a contestar y de nuevo el mismo silencio
por repuesta. Entonces, llamé a la policía y expliqué lo sucedido. El policia
que me atendió trató de tranquilizarme y dijo que localizarían la llamada.
Algo más serena, quise recuperar el hilo de mi lectura, cuando minutos más tarde, volvió a sonar el teléfono. Pero esta vez lo cogi segura de mí misma y al descolgar una voz me dijo:
-Señorita, hemos localizado su llamada. No se alarme, pero esta parece que proviene de su propia casa.
Teníamos dos teléfonos, el del salón desde donde yo hablaba con la policía y un supletorio ubicado en la habitación vacía donde habían vivido mis padres...
Algo más serena, quise recuperar el hilo de mi lectura, cuando minutos más tarde, volvió a sonar el teléfono. Pero esta vez lo cogi segura de mí misma y al descolgar una voz me dijo:
-Señorita, hemos localizado su llamada. No se alarme, pero esta parece que proviene de su propia casa.
Teníamos dos teléfonos, el del salón desde donde yo hablaba con la policía y un supletorio ubicado en la habitación vacía donde habían vivido mis padres...
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